La
zona de los Grandes Lagos se ha convertido desde 1994 en uno de los
enclaves geográficos en donde los jinetes del apocalipsis parecen haber
encontrado el terreno abonado para sus idas y venidas, sus dardos y sus
aventuras. Sin detenernos mucho en la situación sufrida pos Ruanda
durante los nefastos días del genocidio, que directamente se cobró la
vida de alrededor de 800.000 personas y que, en fechas posteriores,
habría de hacer "desaparecer" a cerca de un millón y medio de
refugiados en el antiguo Zaire (hoy República Democrática del Congo),
sí que es necesario reconocerla en toda su extensión como causa que
explica en parte la guerra desencadenada en la R.D.Congo tras la caída
del régimen patrimonial de Mobutu y la autoproclamación de Laurent
Desirée Kabila como nuevo presidente del país.
Al poco tiempo de la llegada de L.D.
Kabila al poder, allá por el 1997, se inició una guerra de tremendas
dimensiones cuando todo apuntaba a que aquel país, destrozado tras sufrir
durante años un régimen basado en la represión sistemática y la
cleptocracia, encontraría, por fin, una senda algo más amable y más
justa en cuanto a posibilidades democráticas y sociales. Pero nunca fue
así. Las alianzas establecidas durante el proceso de Liberación, que
habría de expulsar a Mobutu de su trono, pronto se volvieron contra el
propio Kabila, cuando éste, tal vez incitado por el malestar del propio
pueblo congoleño (que veía en ugandeses, ruandeses y burundeses una
nueva forma de dominación y control extranjeros más que una suerte de
colaboradores y/o salvadores, sobre todo tanto en cuanto éstos
extranjeros se estaban erigiendo paulatinamente en los principales
gestores y operadores de la economía - y de la política - congoleña)
decidió prescindir de los servicios de sus aliados. En este momento,
tales aliados se vuelven contra Kabila y solamente la intervención de,
entre otros países, Angola y Zimbabwe logrará salvar in extremis el
régimen de Kabila tras una audaz operación bélica orquestada por Ruanda
y Uganda que les puso a las puertas mismas de Kinshasa.
A partir de ese momento, la República
Democrática del Congo entrará en una suerte de orgía bélica que va a
alargarse hasta la fecha de hoy prácticamente y que tendrá como
consecuencia directa e indirecta la escalofriante cifra de tres millones
de muertos en un período que no abarca más allá de cuatro o cinco
años, cifra esta a la que no añadimos los cientos de miles de refugiados
hutus masacrados y "desaparecidos" en dicho país, cuyos
ejecutores principales fueron la AFDL del propio Laurent Desirée Kabila y
las tropas regulares de Ruanda y de Uganda, disfrazadas más o menos de
movimientos insurgentes antimobutistas.
Ciertamente, los organismos
internacionales, con la ONU a la cabeza, han intentado mediar en el
conflicto procurando foros de encuentro y de pacificación -Arusha, Lusaka
-, pero que han fructificado de manera muy tenue, pues no han recibido el
necesario soporte de las principales potencias, lo cual ha venido poniendo
de manifiesto, sistemáticamente, la doble moral y el papel activo y
pasivo que en tal conflicto están jugando países como Estados Unidos,
Inglaterra, Francia o la propia Bélgica... Y es que la riqueza de un
pueblo puede tornarse fácilmente en su frustración y en su miseria. Así
lo reconoce la propia ONU en un informe emitido sobre el robo y la
expoliación sufridos por la R.D.Congo en cuanto a sus recursos mineros,
recursos fáciles y sin control que en los mercados especulativos de
Europa y de América se convierten fácilmente en cifras astronómicas,
sobre todo si tenemos en cuenta que se trata, entre otros, del diamante
industrial, del coltán o del europio y thonio que son básicos para las
industrias tecnológicas puntas como telecomunicaciones y aeronáutica.
Pero, en fin, lo que nos interesa,
fundamentalmente, es poner de relieve el hecho de que el momento
histórico actual, el que pisamos, el que respiramos, está asistiendo, en
silencio casi y casi sin apercibirse, a uno de los mayores genocidios
sufridos por un pueblo en este caso el pueblo congolés, que, desde el
comienzo del estallido del conflicto en 1997, ha sufrido en sus carnes la
terrible pérdida de casi tres millones y medio de personas (algunas
cifras elevan el número a 3.750.000 personas), según los últimos datos,
entre muertes directas e indirectas, sin olvidar que, en cualquier
conflicto bélico, la mitad de las víctimas son niños y niñas. La cifra
es simplemente escalofriante y, por ello mismo, nos sorprende el hecho de
que tal conflicto se haya dimensionado tan a la baja por los principales
medias que pareciera no existir en absoluto, hasta tal punto que no forma
parte de foro alguno de discusión que se precie. De hecho, tras la
erupción del volcán Nyarangongo, hace apenas unas semanas, en el este
del país, ningún medio se ha preguntado por qué los habitantes de la
sepultada Goma se negaron en su mayoría a refugiarse en la vecina Ruanda,
permaneciendo en los alrededores de Goma a pesar del extremo peligro que
corrían. La respuesta es fácil, pero no se quiso dar: el este de la
R.D.Congo lleva años ocupado por las tropas ruandesas y ugandesas, que
vienen expoliando sistemáticamente las riquezas de esa región en
beneficio de ellos mismos y de países como Estados Unidos, Inglaterra o
Sudáfrica, a la vez que han sometido a toda esa población a la
esclavitud más absoluta.
Desde nuestro punto de vista, este
conflicto tardará tiempo en solucionarse pues muchos son los factores que
intervienen en el mismo y muchas las responsabilidades a depurar, sobre
todo en lo que respecta a los organismos internacionales que, a lo largo
de todo este conflicto, han evidenciado dos fallas tremendas a nuestro
entender: una medida de doble rasero y la incapacidad de imponer medidas
drásticas de resolución de conflictos a causa de intereses particulares
de países concretos que no escapan a un mínimo análisis. Y, por
último, añadiremos que, salvo honrosas excepciones, los principales
medias o bien han venido soslayando el conflicto casi desde su inicio o
bien lo han desvirtuado mediante lecturas fragmentarias e irreales.