EDITORIAL

La fase militar de la globalización

Redacción

 

Se oye decir entre comentaristas afamados que, desde el 11-S, la globalización está detenida. Nos parece un error grave de análisis: lo que ocurre es que la globalización está, ahora, en su fase militar, porque así lo exige la culminación política de su proyecto globalizador. Quizá esto no se comprenda a la primera, porque la mayoría entiende que es imaginable, fácilmente o no, una economía mundializada, pero que, en cambio, no es imaginable una política mundializada, en la realidad, por las dificultades de carácter nacional y social que ello entraña, y, en lo imaginario, porque suelen tenerse en mente ejemplos comparativos con imperios pasados, cuando ahora se trataría de una fórmula muy diferente.

¿Por qué es imaginable lo primero? Porque, en su mayor parte, la economía está ya mundializada. El poder de la multi- y transnacionales supera con bastante el 80% de la producción y el comercio mundial. Su poder de presión, principalmente por la novedosa y definitiva eficacia del capital financiero, sobre áreas con alguna forma de resistencia a ese poder es tal que puede crear en ellas, de un día para otro, situaciones de crisis de enormes proporciones y potencialmente mortales. La crisis de hace unos años en Extremo Oriente por someter a los "cuatro tigres asiáticos" y la actual de Argentina, en forma de bancarrota, son ejemplos cercanos y presentes de ese poder. No se trata tanto de la destrucción de economías nacionales cuanto de satelitizarlas, de incorporarlas subsidiariamente al sistema mercado-mundo establecido. Evitando en ello errores capitalistas anteriores, ahora las corporaciones lo que pretenden es que, una vez aceptados sus métodos y planteamientos, tales empresas nacionales pasen a convertirse en piezas auxiliares del dispositivo mercado-mundo, sin ninguna posibilidad en absoluto de independencia decisoria.

¿Por qué, en cambio, es inimaginable o muy difícilmente imaginable una política mundializada? Porque, en el orden político-social las dificultades son mucho mayores. Las variables que intervienen en este campo no ofrecen la simplicidad matemática que priva en el campo de lo económico. Sin dejar de tenerla, la relación con lo económico de nociones como poder, status, prestigio social, tradición, costumbres , identidades étnicas, culturas, ideologías etc. no aparece de forma inmediata. El descubrimiento de esa relación y el grado de la misma es más tardío y producto de reflexiones y experiencias...Para vencer estas dificultades no es suficiente la presión económica, y, como, desde el punto de vista de las multinacionales, la globalización no puede dar marcha atrás (there is not alternative), ya que entienden que ello supondría una catástrofe insoportable, es aquí donde, dentro de esa óptica, la acción militar se presenta como inexcusable.

En realidad, la actividad militar de este proceso no es totalmente inédita, viene, en cierto grado, realizándose desde el fin de la segunda Gran Guerra, pero su utilización tenía más bien, entonces, un carácter táctico, ocasional y concreto, a la hora de determinar los lugares y modos de las guerras de baja intensidad, cuyos verdaderos promotores (los agentes de la "guerra fría") nunca aparecían como directamente implicados. En cambio, ahora y declaradamente, la intervención es directa, programática, estratégica, afecta a todas las partes del mundo y remodela su política. Hay, en la situación actual, algunas similaridades con la era de la "guerra fría", sobre todo en la acentuación de la persecución represiva, pero, en la sustancia, es un fenómeno muy diferente.

¿Qué ha ocurrido para esa transformación cualitativa? La relación de causa-efecto de los acontecimientos del 11 de Septiembre no se sostiene, y, a medida que se investiga más sobre ellos, se debilita cada vez más tal forma de explicación. Los USA ya habían sufrido, aunque de mucha menor intensidad y significación simbólica, ataques del fundamentalismo islámico, y ya venían empleando, como respuesta, acciones locales de gran contundencia disuasoria. Por otro lado, los poderes autóctonos establecidos en el mundo islámico USA los tiene, en general, bien sometidos y controlados, y esos mismos poderes son un muro insalvable para el islamismo fundamentalista, aun cuando pudiera llegar democráticamente al poder (caso manifiesto de Argelia). No es, pues, ése un argumento para el cambio cualitativo que supone el planteamiento estratégico y universal del problema como la declaración de guerra al inconcreto fantasma del terrorismo, que, precisamente en su inconcreción, permite una generalización gratuita que engloba, potencialmente, a todos los "subvertidores del orden establecido", es decir, a todos aquellos que actúen coherente y sistemáticamente por cambiar en forma cualitativa el sistema económico-social imperante bajo el capitalismo. Ampararse y escudarse en esa posibilidad de generalización es justamente la cortina de humo forma apropiada que busca el capitalismo actual hegemonizado por los Estados Unidos.

¿Por qué tal giro de timón en este momento? Entre otras, hay dos poderosas razones, vigentes de modo inmediato: la una, el carácter ostensiblemente creciente de los movimientos universales de protesta antiglobal y anticapitalista. La otra, el actual y grave ciclo recesivo de la economía en los tres bloques imperantes, que se manifiesta con varios meses de antelación a los sucesos del 11-S, que ya era de sobra conocido por los analistas oficiales americanos, y en el que era y es previsible que, por fuerza, los movimientos sociales irán in crescendo, en medio de un paro, que se anuncia gigantesco y contra el que ya están empleando mil hipócritas modos de enmascaramiento, de subidas de precios igualmente significativas, de pérdida progresiva y acelerada del poder adquisitivo de los obreros, de liquidación o merma sustancial de las prestaciones sociales etc. etc. No hablamos de una crisis cualquiera, de carácter local, nacional, ni siquiera continental. Hablamos de una crisis mundial en toda regla, a pesar de las dulcificaciones, los maquillajes y enmascaramientos de los medios de comunicación, habituados cada vez más a las técnicas de la guerra psicológica. El peligro del sistema es grande. Entienden, pues, que se impone su defensa militar, no contra factores externos, sino internos al mismo. Pero, naturalmente, esta es una operación que difícilmente se justifica en términos "democráticos", pues plantearlo de esta manera supone la confesión abierta de que el sistema democrático no se justifica a sí mismo ni por sí mismo como garantía de satisfacciones ciudadanas, lo que le enajenaría el beneplácito de los bienpensantes y de las clases medias. Hay, pues, que disfrazar el proceso de "cruzada" contra factores criminalmente diabólicos externos al sistema mismo, porque, calificando de terrorismo a ese peligro, se pretende también prevenir a la población civil como una de sus víctimas potenciales, y con ello ganarse su apoyo, en un clima de histeria colectiva.

Arriba lucha antifascista