Sun Wu. Sunzi o El arte de la guerra

Introducción, traducción y notas de Albert Galvany, Madrid, Trota, 2001, 234 pp.

Hasta hace pocos años, al interior de las facultades de filosofía, plantear un proyecto de investigación sobre cualquier aspecto de las culturas orientales obligaba a aguantar la sospecha de frivolidad cuando no de demencia religiosa. Era obligado enfrentarse con una tradición, que desde Hegel, ha negado a Oriente la realización de una filosofía (i.e. O. Gigon: "...la filosofía, tanto la cosa como el término, nace en Grecia y no existe filosofía, en el sentido estricto del nombre, si no es en la tradición de cultura que se asienta en Grecia...") y a la vez era obligado enfrentarse con esa banalización de las culturas orientales que se inicia con el movimiento contra-cultural de las décadas 60 y 70 y que denunciaban los estudiantes de la facultad de Lenguas Orientales de París en el famoso mayo de 1968: "¡Abajo el orientalismo neo-exótico!". El tercer frente contra el que era obligado arremeter era el nulo interés por nada que no fuese algún ombligo eternamente contemplado por nuestros más insignes catedráticos.

No creo que las cosas hayan variado en lo esencial pero, al menos, en la última década vemos editarse una serie de textos que nos informan de la existencia de un reducido número de estudiosos que están afrontando con seriedad el reto de comprender las realizaciones culturales de oriente.

El Sunzi o El Arte de la guerra, que Albert Galvany nos ha traducido directamente del chino, es un texto que puede servir de paradigma de cuál ha sido la actitud general de Occidente frente a las realizaciones culturales de Oriente. Libro de cabecera de los brokers de Wall Street ha servido para encauzar todo discurso que haya necesitado un lenguaje belicista. Más de uno de sus pasajes ha sido utilizado por los publicistas para señalar las propiedades milagrosas de determinada mercancía y su virtuosidad en el camino exitoso y el yupismo.

Lo que no hubiese sido aceptable con cualquier texto de nuestra tradición de cultura se ha perpetrado con la totalidad de los textos de la tradición cultural china. Traducciones sucesivas de lengua occidental a lengua occidental (en castellano todas las ediciones que hasta el momento se habían realizado tenían su origen en las traducciones inglesa y francesa), ediciones que no enmarcaban el texto en su tradición más allá de una retahíla de tópicos que se iban retroalimentando y que no nos servían para decidir si el Sunzi había sido escrito por Sun Wu en el s.IV a.n.e. o por algún cocinero del restaurante "Pekín" de Móstoles en 1983.

En el "Prólogo" que acompaña el texto Jean Levi, sinólogo francés de reconocido prestigio, nos da la clave de porqué este texto podría haber sido banalizado: 1) "es ante todo un texto de reflexión filosófica"; 2) "proporciona uno de los textos más lúcidos y más coherentes sobre los mecanismos de dominación" y 3) y la premisa sobre la que se levanta es que "la guerra es un asunto sucio y todo hombre sensato debe hacer lo posible para evitarla".

El trabajo investigador de delimitar el autor, traducir el texto directamente del chino antiguo y contextualizar la obra en su medio histórico y en su tradición de cultura ha corrido a cargo del filósofo y sinólogo Albert Galvany.

No es mero capricho que mostremos nuestro malestar por la banal actitud frente a los textos de la tradición cultural china, cuando, al enfrentar este texto, lo primero que se nos impone, y así lo señala Albert Galvany, es la diferente significación histórica del mismo, si fue redactado en la época de Primaveras y Otoños (770-476 a.n.e.) o durante los Reinos Combatientes (476-221 a.n.e.).

En el primero de ellos, la guerra es la expresión de conflictos vecinales y realizada por una casta guerrera que canaliza ritualmente la violencia. El poder y el prestigio se legitima en el corpus ritual del culto a los ancestros y en un canon del honor de casta que no vehicula una racionalidad sustentada en la eficacia sino en una especie de torneo de valores morales. La sociedad, en la que esta modalidad de guerra se desarrolla, es una sociedad aristocrática compuesta por ciudades y señoríos feudales cuya nobleza ostenta la autoridad política y mantiene en sí vínculos sanguíneos y un modelo de sucesión hereditario por el que posteriormente veremos suspirar a Kong Zi (Confucio).

Si El Arte de la guerra de Sun Wu hubiera sido escrito en este periodo histórico, incluso en sus últimos años, el texto se nos impondría con una virtualidad casi milagrosa. Del mismo modo que, si hubiese sido escrito por nuestro camarero del restaurante "Pekín" de Móstoles, no dejaría de ser un batiburrillo de obviedades con algún matiz exótico, pues el camino recorrido por Occidente en el ámbito de la teorización y la praxis de la guerra en los últimos siglos deja pocos recovecos para el exotismo.

La estructura social en la que nace El arte de la guerra es la de un Estado centralizado que va tomando cuerpo en conflicto con la nobleza interna y la dinámica expansionista, que organiza geométricamente campo y ciudad y somete a los súbditos a una lógica de guerra. En el paso de un modelo social al otro, juega un papel fundamental, en múltiple relación dialéctica, la crisis del sistema social anterior por su dinámica guerrera, el desarrollo y racionalización de nuevas técnicas agrícolas, un desmesurado crecimiento demográfico, el desarrollo de las técnicas de fundición del hierro y la revolución de la organización militar. Sun Wu, si él es el autor del texto, es el resultado de la necesidad de especialistas que esa sociedad tiene en el arte de la guerra.

Que critiquemos la banalidad de los brokers de Wall Street o las tonterías de los hippies con sus dietas gastronómicas yin-yang no nos exime de explicar por qué un texto como el Sunzi, escrito en ese marco que citábamos, puede ocupar la cabecera de la cama del Alto Estado Mayor del ejército americano como la de un peluquero que se instala en el corazón de la metrópoli con la intención de "triunfar".

Quizá una sociedad que prima la eficacia, el beneficio personal, la ventaja egoísta, que mantiene a sus súbditos sometidos a una vigilancia panóptica y donde la información tiene un valor esencial para el mantenimiento del dominio, donde esos mismos súbditos son considerados como argamasa sumisa y obediente en manos de los estrategas, y donde se parte de la premisa de que nadie es inocente y todos los ciudadanos están siempre expuestos a las mil consecuencias de los desvaríos del poder, quizás esto nos suene tan cercano que cualquiera pueda tenerlo en la cabecera de su cama para reflexionar sobre su vida cotidiana. La pregunta del millón, sin embargo, se abre paso de inmediato: ¿Cómo un pensamiento político y una praxis subsiguiente nacidas de una sociedad confesamente despótica puede milimétricamente identificarse con la realidad social de nuestras "democráticas" sociedades? ¿Nos habrán engañado?

Manuel Muner

 

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