MUERTOS Francisco Javier Ortiz Vargas
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Al escribir este artículo se desconoce todavía quién será el "triunfador" de las próximas elecciones legislativas en Euskadi. Probablemente cuando llegue a difundirse, todavía se seguirá hablando de los comicios, de las acrobacias y equilibrismos que tendrán que hacer los partidos para llegar a pactos de gobierno. En la CNT, estamos acostumbrados a eso, por lo que no merece ya mucho más comentario. Pero más allá de esas elecciones o de otras, en el país vasco o en otros países, de los que tienen bordes en los mapas o de los que no, están los muertos. Porque los muertos sí existen. Los estados, los políticos, los partidos, los grupos que buscan su paz y un largo etcétera se cansan de decir que todos los muertos son iguales. Pero eso está muy lejos de la realidad. El tratamiento informativo, político y social que se hace de las víctimas de la violencia es completamente diferente del que se hace con "otros" muertos. Muchos pensarán que esto es otra defensa, otra disculpa u otro lo que sea a favor del mundo abertzale. Pues están equivocados. Las críticas al PP o al PSOE, o al mismo estado en su actuación en Euskadi no se pueden confundir con una adhesión a su contrario. Muy lejos por mi parte de aprobar la "política" de los abertzale, ni la que hacen en el parlamento, que es exactamente igual que la del resto de los partidos, ni la que hacen por "otros medios", que desde hace tiempo también se parece bastante a la que suele hacer el estado. Al mismo tiempo, reconocer esto no significa aprobar a los que se llaman los "demócratas" o "constitucionalistas" como se dicen ahora; si el nacionalismo vasco es cerril, aún más lo es el español.
Lo que quiero resaltar es el tratamiento de la violencia que hace el estado, convirtiendo en propaganda el mismo hecho violento, traspasando el límite de lo que se puede considerar información y haciendo pasar por difusión de una noticia lo que en realidad es un intento de fortalecer la postura oficial en relación con el conflicto vasco, y sobre todo, convirtiendo en criminal cualquier alternativa que no sea la de Aznar. Desde la llegada al poder del PP, se ha incrementado la información tremendista y sangrienta de los atentados; el interrogatorio de terceros que hablan de lo bueno que era la víctima; se suceden testimonios forzados para la cámara y a veces grotescos; se pasa por encima de la situación que pasa la familia y se les enfoca para alimentar el morbo del televidente. Se dice que estas imágenes se prodigan para crear conciencia anti-violencia. Pero no es así. Todas estas técnicas publicitarias intentan rentabilizar el victimismo del que el PP se siente acreedor por su "lucha" contra el terrorismo. De hecho, la estrategia asumida por ETA de matar concejales y cargos del PP y del PSOE, ha resultado ser un filón para estos partidos, y, en vez de obligarles a negociar nada en absoluto, les ha permitido a los "constitucionalistas" tener una galería de mártires que justifica su terquedad. ¿Por qué siguen matando gente, si no sirve? Cada vez que Mayor Oreja, fascista reconocido, necesita un golpe de efecto para salir ante la cámara limpio de la paja y el polvo de su nefasta trayectoria y la de su familia, ahí que aparece una víctima que le permite salir lloriqueando, lamentándose y actuando como un atormentado mártir.
Se dirá que estos comentarios son interesados, y que, dadas nuestras diferencias en otros aspectos ideológicos, económicos y sociales, esta crítica es desmedida, brutal, inhumana. Dirá alguien que es monstruoso pensar que alguien hace propaganda con las víctimas. Pero lo que resulta realmente tétrico es el chantaje al que nos vemos sometidos cuando se nos impide moralmente denunciarlo so pena de ser calificados de "violentos".
Las acciones de ETA son una forma de reivindicación de "su nación", pero, al mismo tiempo, también son propaganda. Cuando el estado quiere minimizar el efecto de las acciones de una asociación, grupo o sindicato, lo primero que hace es silenciar su propaganda, es decir, no servir de altavoz para lo que haga ese grupo. Con los nacionalistas vascos ocurre absolutamente lo contrario. ¿Por qué? Pues porque el combate allí le sirve al estado de propaganda aquí. Porque se pueden dejar de lado muchos problemas reales y palpables y conseguir la "unidad" de mucha gente en torno al antiterrorismo mientras que las diferencias en otras cuestiones mucho más importantes para la vida aquí, pasan a segundo plano. Además, se fortalece el espíritu nacional español (algo que los atentados parece que consiguen con su respectivo vasco). Si queda alguna duda sobre esto, veamos nuestro propio caso. El estado y sus medios de comunicación (todos los de ámbito estatal o autonómico) procuran que el eco de nuestras acciones sea mínimo. Cualquier protesta de tipo laboral queda relegada a no mencionarse siquiera, salvo que haya muertos o heridos, y consiga así llegar a algún telediario. ¿Por qué? Porque ocultando estas protestas se evita que cunda entre la gente la indignación contra el gobierno y los empresarios al tiempo que se nos hace creer que ya no se hace ninguna reivindicación laboral. El resultado de esta estrategia de ocultación es que las movilizaciones obreras se debilitan poco a poco, porque parecen aisladas en un mundo donde eso "ya no se lleva" y donde los burócratas sindicalistas son los que tienen que negociar en los despachos. Es decir, que con su silencio (y con sus falsas noticias, en muchas ocasiones), los medios de comunicación contribuyen a apagar el movimiento obrero... pero entonces, ¿por qué se hace lo contrario con el terrorismo?
A algún lector inocente (en el buen sentido de la palabra) le podría parecer que todos los muertos son iguales, puesto que su suerte los asemeja en ese último momento. Pues no. Y, para constatar las diferencias no hay que irse a Palestina, a Afganistán, o al centro de África. Basta con que miremos a nuestras víctimas locales. Se pueden clasificar según la causa de la muerte, y según si ésta ha podido evitarse o no; según los efectos que produce; y finalmente, según para lo que sirve su muerte a según qué gente.
Según la causa que los provoca, tenemos dos tipos de muertos. Por un lado los que perecen en alguna clase de crimen y por otro aquellos cuya muerte no sea adjudicable directamente a alguien, es decir, que no tengan un homicida material. Estos son mucho menos importantes que los anteriores. Observemos por ejemplo, cómo los accidentes de tráfico pasan inadvertidos un fin de semana tras otro, como si no fueran importantes, como si la seguridad vial fuera un asunto de los que es imposible hablar más ya, como si se hubiera decidido que no tiene solución alguna, mientras que la seguridad del "estado" debe estar constantemente en boca de todos, para que los políticos sigan sin darle ninguna solución. Exactamente lo mismo ocurre con los accidentes de trabajo. Ocurren más calladamente aún que los de tráfico. En un gran porcentaje de ellos, las causas son conocidas, y se deben a falta de medidas de seguridad que podían haberse tomado por la empresa, o que ésta debía haber obligado a tomar al trabajador. Sin embargo, no se hacen grandes procesos judiciales de esos empresarios, que en pos de la mayor productividad y competitividad del país y de sus bolsillos, provocan o permiten por su desidia la muerte de miles de trabajadores al año. Tenemos también a los inmigrantes muertos. Mueren en el mar o en la playa, al llegar al paraíso. Éstos también son las víctimas de una mano invisible que se llama Ley de Extranjería y Unión Europea. Día tras día, se amortiguan en los oídos las lánguidas informaciones sobre sus muertes. ¿No es necesario crear conciencia contra estas cuestiones? ¿No es aquí necesario que la ciudadanía "se posicione claramente"? No. Porque resulta que los responsables de estas muertes, que en muchos casos tienen nombres y apellidos son precisamente los empresarios, políticos, gobernantes, legisladores y por ellos responden estados, gobiernos, multinacionales, pactos internacionales, y por encima de todo, el dinero.
Muchos me dirán ahora que es mucho más cruel matar a alguien de un tiro, que el hecho de que el azar o la mala suerte hayan dado lugar a un accidente de trabajo (la muerte de los inmigrantes también se puede considerar de trabajo), de tráfico, o incluso, doméstico. Dirán que el disparo se hizo a sangre fría y el accidente, en cambio, es fortuito. Pero lo que no dice nadie es que tanto uno como otro se pudieron evitar. Si los políticos hubieran mirado el asunto vasco no para amarrar la patria sino para soltar los pueblos, quizá muchos muertos no se hubieran producido. Y si las medidas de seguridad se hubiesen tomado según la ley en muchos otros casos, tampoco hubiera ocurrido el accidente. Y si el extranjero pudiera ampararse en la famosa Constitución que le concede el libre acceso al país sin más trámite, probablemente tampoco morirían en el estrecho. Pero nuestro estado y nuestros gobiernos se emperran en no dejar salir a nadie por el norte de la "grande patria", y a que tampoco entre nadie por el sur. Mientras, los que ya están dentro, mueren por trabajar más rápido y más barato.
Según los efectos que produce la muerte también parece haber varios tipos. Aunque, en realidad, lo que hay son distintos tipo de "vivos". Hay programas en varias cadenas donde se hurga en los actos violentos que dan lugar a muertos o a heridos, peleas de vecinos, etc., con el motivo de entretener, en los que se hace lo mismo que en estos casos. Se pregunta a terceros sobre su relación con el finado, o sobre como era éste, sobrepasando lo que es informar y nutriendo la morbosidad televisiva. La información sobre atentados también es como un reality show. Siempre que alguien muere en atentado hay pena, dolor en las familias, y la larga cadena de tristeza que todos conocemos. ¡Pero eso ocurre para todas las muertes! Y no se airean las penalidades de las familias que dejan los inmigrantes o las de los trabajadores muertos en el andamio! ¿A qué viene hacerlo con los políticos? Si eso es crear conciencia contra la violencia, hacer lo mismo en los casos de accidente de tráfico de cada fin de semana, sería hacer conciencia a favor de la seguridad vial. Pero el objetivo no es la conciencia, sino la propaganda.
Por último, si las muertes se clasifican por lo que sirven a según quién, por ejemplo, tenemos que los accidentes no le sirven a nadie, sólo son una estadística negra que hay que ocultar; pero los atentados le sirven, por un lado, a sus autores, que creen que han acertado con la estrategia al verse difundidos por todos sitios y a todas horas, y por otro lado a las cúpulas de los partidos de las víctimas, que se convierten en héroes. ¿Cómo se sentirán los concejales del PP en Euskadi, cuando piensen que su jefe supremo está más interesado en ganar las elecciones que en evitar de ninguna manera que caiga alguno más de ellos?
Como final, me gustaría que la gente pensara sobre esas grandísimas concentraciones tras los atentados. ¿Para qué sirven? ¿Para mostrarles a los que disparan que deben dejar de hacerlo porque ellos han salido un rato a la calle? Hasta ahora las manifestaciones se hacían contra los poderes establecidos, a los que se les exigía una actuación o un cambio de actuación, y sobre los que se tiene una influencia porque estos poderes están afectados por una cierta sujeción a la ley o la justicia, aunque sea moralmente. Pero en este tipo de actos la llamada la hacen los poderes establecidos y el supuesto poder que mata está en la sombra, escondido, es ilegal. La gente acude a miles. En cambio, cuando el poder contra el que se hacen las movilizaciones es legal, cuando el que mata es un reglamento, una ley o el incumplimiento de una ley, un presidente o incluso el cacique de un país extranjero, las llamadas en contra de la muerte sólo la oyen unos pocos ... ¿Por qué? Será porque todos los muertos no son iguales. Será porque a los partidos que convocan les merecen ciertas muertes muy poco interés, y en cambio en otras, ponen mucho empeño. Lo curioso es que ese empeño parece darse con más profusión cuando pueden transformar el llanto de otros en votos para ellos.