José Luis Gutiérrez Molina
S
us libros han vendido miles de ejem-
plares y han llegado hasta un públi-
co habitualmente poco dado a la
lectura. Además proporcionan
herramientas para quienes justifi-
can el golpe de Estado de julio de 1936 y las
prácticas represivas de los sublevados y del régi-
men franquista nacido de su victoria. También
son utilizados por los que pretenden oponer
argumentos al tímido y tardío "movimiento por
la recuperación de la memoria" que, durante
estos últimos tiempos, busca que, por fin, ten-
gan voz aquellos que fueron silenciados, pri-
mero, por la violencia entre 1939 y 1975 y,
después, durante la actual monarquía parla-
mentaria, sacrificados en beneficio de lo que se
ha llamado la "transición española".
Las tesis de Moa son tan viejas como las
justificaciones de los golpistas de 1936. Ni tan
siquiera aportan relevantes novedades produc-
to de la investigación. En realidad sólo buscan
"limpiar la imagen de los fascistas y ocultar la
verdad" como ha dicho recientemente Francisco
Espinosa, uno de los historiadores habitual-
mente zaheridos por Moa. Pero sus libros sí han
contado con una intensa campaña de promo-
ción que, no por casualidad, se ha desarrolla-
do durante los años de gobierno del Partido
Popular. Durante ellos, además de contar del
beneplácito y acceso a la televisión estatal, ha
recibido el plus publicitario de ser lectura duran-
te las vacaciones del entonces presidente de
gobierno y del apoyo de viejos santones como
el hispanista norteamericano Stanley Payne.
El éxito de Moa ha preocupado a las men-
tes lúcidas del mundo académico español.
Historiadores como Alberto Reig Tapia o Enrique
Moradiellos han dedicado largos artículos a
poner en evidencia sus carencias historiográfi-
cas. Excepciones dentro del encefalograma
plano que caracteriza a los departamentos de
Historia de las universidades más preocupados
por sus gabelas que por implicarse en el mundo
social. Aunque el mayor rechazo ha procedido
de los ya citados grupos de "recuperación de la
memoria histórica". Un movimiento ciudadano
más allá de partidos e instituciones.
En cualquier caso, los laureles de Moa no
deberían sorprender. La sociedad española está
inerme ante operaciones de este tipo. Su impac-
to no hace sino reflejar la existencia de un
amplio espectro social receptivo. El resultado
de la política que, desde hace tres décadas, han
mantenido las autoridades gubernativas y cul-
turales españolas de afianzar el borrón y cuen-
ta nueva, el pacto de amnesia, acordado con los
grupos franquistas sobre la guerra y la repre-
sión. Al silencio producido por el miedo que lle-
gaba hasta la médula, le sucedieron los
llamamientos a la "responsabilidad", a no ser
"revanchistas". Hasta tal punto fue eso así que
no sólo los protagonistas sufrieron una segun-
da derrota, más dolorosa, la del olvido, sino
que alcanzó el paroxismo con las agresiones
que los disciplinados servicios de orden del PCE
realizaron durante esos años contra quienes
osaban romper el acuerdo exhibiendo en los
mítines banderas republicanas.
El resultado fue que las iniciativas que sur-
gieron fueron silenciadas o desarticuladas y
que la historiografía interpretó la década de
los años treinta como un enfrentamiento entre
fascistas y defensores de un régimen demo-
crático. Los rebeldes del verano de 1936 se
sublevaron para cortar el proceso democrático
que encabezada la Segunda República. Con ello
dejaban fuera tanto la existencia de grupos
sociales representativos que tenían aspiracio-
nes revolucionarias, como la evidencia de que
al golpe de estado le siguió un proceso revolu-
cionario que, en definitiva, fue el que hizo vol-
ver los ojos y corazones de millones de personas
hacia el Ruedo Ibérico. Un amplio hueco que
la historiografía franquista ha aprovechado en
su intento de reeditar viejas glorias. Cuando la
única versión posible era la de los vencedores.
Así, ha quedado delimitado el campo de bata-
lla en torno a un "y tú, más" en el que ambos
contendientes sí que se ponen de acuerdo en
culpar a los "incontrolados", a los "anarquistas",
de todos los males que se produjeron en la zona
republicana. La revolución no existió y, si se le
reconoce, es para atribuirle excesos y muertes.
En esta situación era cuestión de tiempo
que sucediera lo que ha ocurrido con Moa: que
el viejo franquismo reapareciera envuelto en
nuevos celofanes. Las nuevas generaciones, y
muchos miembros de las anteriores, carentes
de referentes, embotadas por el repetido mar-
tilleo de que "no se repitan los horrores de la
guerra civil" prestan oídos a las tesis de los ven-
cedores. Es la consecuencia del pasteleo. Con el
fascismo no se puede llegar a acuerdos. Hay
que cerrarle el paso. La mejor forma es con-
cienciando a la población y dándoles las herra-
mientas que posibiliten que se tenga la máxima
posibilidad de elección. Pero el conocimiento
es peligroso. Ningún Estado lo pretende. Es pre-
ferible tener a unos ciudadanos que no piensen,
en ningún sentido, que funcionen al ritmo de
las consignas y acudan obedientes y discipli-
nados a delegar sus destinos, cada cuatro años,
introduciendo papeletas en una urna.
Pocos no olvidan que la desinformación es
el mejor aliado de los totalitarismos sean del
signo que sean. Basta mirar lo que ha ocurri-
do en el mundo a partir del 11 de septiembre
del 2001. El actual imperio, con la excusa de
la seguridad -como en el mejor momento de
los nazis- utiliza instrumentos que pocos se
diferencian de los del III Reich alemán: cam-
pos de concentración, zonas oscuras jurídicas,
torturas, criminalizaciones raciales y culturales,
etc. Moa y los "revisionistas" no son sino una
expresión más de la peligrosa tendencia actual
al totalitarismo existente.
Los actuales lamentos no dejarán de ser lágri-
mas de cocodrilos si, además de desenmascarar
a Moa y a los otros escritores revisionistas, como
César Vidal, no se dan los pasos necesarios para
realizar una honesta lectura de los aconteci-
mientos, y del proceso que condujo a ellos, de
1931-1939. Si no se tiene ningún miedo, ni
reparo, en reconocer que la pretensión de los
fascistas no sólo era terminar con la "demo-
cracia" sino, sobre todo, terminar de una vez con
todas con la tradición y las posibilidades revo-
lucionarias en España. Actualmente no es polí-
ticamente correcto reivindicar la revolución, el
cambio social. Sólo se aceptan los matices, las
"terceras vías" dentro del capitalismo, la única
posibilidad de estructura social posible. La bús-
queda de un cambio social se identifica con
violencia, con terrorismo. Olvidando que si hubo
un estallido revolucionario en España lo fue
precisamente como respuesta a un golpe de
estado; que si hay violencia en los cambios
sociales es precisamente por la resistencia a
ellos. ¿Cuánta sangre ha costado las mejoras
obreras que tan alegremente dilapidan hoy los
gestores socialdemócratas en un vano intento
de saciar el hambre del capital?
Que las obras de Pío Moa se vendan y difun-
dan tanto preocupa, pero más debe inquietar
que lo hagan por lo que indica de desmemo-
ria, de falta de conciencia, de incultura de una
sociedad española en la que sólo parece primar
el espíritu conformista del "mamaíta que me
quede como estoy". La confirmación del sinies-
tro vaticinio del dictador: está todo atado y
bien atado. Desde esta perspectiva cómo debe
extrañar que en una sociedad con importantes
rasgos franquistas triunfen obras de franquis-
tas como el señor Pío Moa Rodríguez.
José Luis Gutiérrez Molina es junto a Enrique
López Marín y Fernando Ventura, fundador de
la Asociación Cultural Las Siete Entidades de
Sevilla, asiduo conferenciante en actos orga-
nizados por CNT y el movimiento libertario.
Colaboraciones suyas pueden leerse en publi-
caciones de carácter histórico (El Ateneo,
Papeles de Historia, Bulletin d'Histoire contem-
poraine de l'Espagne de Burdeos, Cádiz, Revista
de Historia Moderna y Contemporánea...) en las
Actas de diversos congresos a los que ha asis-
tido (Congreso sobre Andalucismo histórico,
Sevilla 1995 y 1999, Jaén 1996, Encuentros de
Historia y Arqueología, Cádiz 1993, 1995, 1997
etc.) y en Archipiélago, El libertario Andaluz...
Autor de numerosísimos trabajos de carácter
histórico especialmente sobre anarquismo anda-
luz y sobre historia industrial Capital vasco e
industria andaluza. El astillero Echevarrieta y
Larrinaga de Cádiz (Cádiz 1996) Astilleros
Españoles 1872-1998. La construcción naval en
España (Madrid 1998 en colaboración),
Colectividades libertarias en Castilla (Madrid
1977), Crisis burguesa y unidad obrera. El sin-
dicalismo en Cádiz durante la Segunda República
(Madrid-Móstoles 1994), Economía andaluza e
historia industrial. Estudios en homenaje a Jordi
Nadal (Granada 1999, en colaboración), La idea
revolucionaria. El anarquismo organizado en
Andalucía y Cádiz durante los años treinta
(Móstoles-Sevilla 1993) Se nace hombre libre
(Cádiz 1997, edición de obras de V. Ballester),
Seis estudios sobre el proletariado andaluz
(Córdoba 1984, en colaboración), Siglo y medio
del ferrocarril en España 1848-1998 (Madrid
1999, en colaboración). Además es autor de las
notas e introducción a La anarquía según
Andalucía (Sevilla 1996), Durruti en la
Revolución Española (Sevilla 1996), Un encuen-
tro. Federica montseny en Andalucía, verano de
1932 (Sevilla 1994).
(De Esbozo de una Enciclopedia histórica del
anarquismo español de Miguel Íñiguez).
Opinión
cnt
n°303 julio 2004
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Un fenómeno editorial ha venido a convulsionar las, normalmente, calmas aguas
de la historiografía española: la aparición de varios libros sobre la Segunda
República y la llamada "Guerra Civil", obras de un autor llamado Pío Moa. Un
escritor que de miembro de la organización armada marxista leninista GRAPO, ha
pasado a encabezar el "revisionismo histórico". Un movimiento ultra conservador
que intenta actualizar los planteamientos de los historiadores franquistas más
rancias: llámense Joaquín Arrarás o Ricardo de la Cierva
Moa y el "revisionismo histórico"
Las nuevas generaciones, y muchos miembros de
las anteriores, carentes de referentes, embotadas
por el repetido martilleo de que "no se repitan los
horrores de la guerra civil" prestan oídos a las
tesis de los vencedores. Es la consecuencia del
pasteleo. Con el fascismo no se puede llegar a
acuerdos. Hay que cerrarle el paso
EL ROTO