César Rodríguez
AEMS-Ríos con Vida
A
sí, aún en su parcial y deficiente
aplicación, la economía de mer-
cado hasta el momento se ha vis-
to incapaz de proporcionar
bienestar y confianza sostenida a
la mayoría de gente, de aglutinar el grueso del
cuerpo social en torno a un modelo de vida y
a una idea de futuro. Es por ello que en rigor
no se puede hablar de "nuestro" sistema eco-
nómico sino de "el" sistema económico, por-
que el común de la gente ni hemos elegido
este sistema ni lo podemos modificar a vo-
luntad, y si participamos de él es, ante todo,
porque nos viene impuesto. Porque vivimos
en un mercado global donde los poderosos,
ya sea produciendo, comprando o vendiendo,
imponen sus condiciones a todos los demás,
incluso por encima de la dignidad y los dere-
chos humanos; no hablemos de la preservación
del medio ambiente.
"Nuestro" sistema energético.
Por motivos similares y abundando en la jus-
ta delimitación de competencias y responsa-
bilidades, en rigor tampoco parece apropiado
hablar de "nuestro" sistema energético o,
igualmente, referirse a los males que los hu-
manos "estamos" causando al medio ambien-
te y los ecosistemas del planeta. Es esa perversa
fórmula tan políticamente correcta y tan al
uso por el poder de extender su responsabili-
dad a todo bicho viviente, cuando resulta ob-
vio que la responsabilidad de cada cual frente
a determinada realidad es equivalente a su
capacidad real de modificarla. De hecho, las con-
secuencias de determinado proyecto o activi-
dad sobre los bienes naturales, la economía y
la vida de las personas, particularmente de la
población que depende más directamente del
ecosistema afectado, generalmente son per-
fectamente atribuibles a instituciones y per-
sonas concretas. De la misma manera, aunque
todos somos consumidores de energía, para
nada la consumimos todos por igual; ni mu-
cho menos somos todos igualmente respon-
sables de cómo es y cómo funciona el sistema
y el mercado energético en que nos toca vi-
vir. Resulta insoportable ver que quienes aca-
paran los auténticos beneficios del actual
sistema energético siempre tratan de sociali-
zar sus perjuicios, haciendo responsable de
ellos al conjunto de la población. No nos de-
jemos engañar: la mayoría de la gente somos
escasamente responsables de que la política
energética siga firmemente basada en el pe-
tróleo, de que la agricultura industrial nece-
site tres calorías equivalentes de petróleo para
producir una caloría de alimento, de vivir en
casas que son sumideros de energía, de des-
plazarnos por doquier en vehículos a motor,
de la adopción de estrategias comerciales que
fomentan el consumo energético y la fabrica-
ción y utilización innecesaria de plásticos y
otros tóxicos contaminantes, etc.; ni siquie-
ra del constante aumento del consumo ener-
gético en nuestro país... En gran medida se trata
de realidades impuestas por la inercia tecno-
lógica y los intereses industriales. Como ciu-
dadanos de países democráticos, somos
soberanos a través de "nuestros" represen-
tantes, pero el control de la opinión pública
desde los poderes económicos y políticos es tal
que la verdadera revolución energética sien-
do ya perfectamente posible, probablemente
sólo vendrá con la crisis final de escasez y al
dictado de dichos poderes.
En realidad, la espiral irracional de produc-
ción y consumo que alimenta el brutal despil-
farro energético en el que estamos inmersos es
responsabilidad de un puñado de instituciones
y élites dirigentes en el ámbito mundial. Son
los mismos que imponen o venden tecnología
obsoleta o industrias y productos contami-
nantes a los países pobres o "en vías de desa-
rrollo"; esos capaces de bloquear el primer gran
consenso político-energético logrado en Kio-
to, a pesar de su precario alcance; del mismo
equipo que los que ahora en España nos quie-
ren vender una energía "verde"... Evidente-
mente, la estrategia de extensión pública de
responsabilidad va encaminada a que ésta se di-
luya e ignore. Si todos somos responsables del
sistema energético no hay nada que criticar ni
que cambiar: es un mundo "casi perfecto" (como
rezaba un reciente spot publicitario de Unión
Fenosa). Se trata de una técnica usual de mar-
keting en claro paralelismo con la externaliza-
ción real de costes tan común a cualquier
actividad industrial que explota un determi-
nado recurso natural con un impacto ambien-
tal y/o social: en lugar de internalizar, de
cuantificar y asumir los costes económicos de-
rivados de la adecuada corrección o compensación
de estos impactos, se externalizan, es decir, se
deja que los perjuicios y los costes correspon-
dientes recaigan sobre el medioambiente y las
gentes afectadas. La internalización de costes
ambientales de las actividades productivas está
aún poco desarrollada en el mundo, y mucho
menos en nuestro país dadas las lagunas lega-
les, la poca sensibilidad ambiental de las em-
presas, la permisividad y el común desinterés
de las administraciones. Con un proceso de eva-
luación de impacto ambiental que presenta gra-
ves deficiencias, de escasa exigencia y exiguo
cumplimiento de unas medidas correctoras ya
de por sí muchas veces insuficientes o inade-
cuadas, por ahora parece ocioso pedir que se asig-
ne un valor económico a una población, una
comunidad biológica, un paisaje, etc., para con-
templarlo en el análisis de viabilidad y renta-
bilidad de los proyectos.
La situación en España.
En 1978, la producción eléctrica española total
fue de unos 100.000 GWh; de 150.000 en 1990,
y de 224.944 en el año 2000, un 7,2% más que
en 1999. Sin embargo, el consumo final resul-
ta ser bastante menor que la producción, entorno
al 44% en la década de los 90, aunque crecien-
do de forma constante desde el 38% en 1991 has-
ta el 57% en 2000. Las formas convencionales
de producir el grueso de esta energía conllevan
un fuerte impacto ambiental, especialmente la
térmica, con utilización de carbón u otros com-
bustibles fósiles y emisión de gases de efecto in-
vernadero y otros contaminantes; la nuclear,
con graves problemas de seguridad y de ges-
tión de los residuos de combustible; y la hi-
dráulica, que conlleva la construcción de grandes
presas y otras infraestructuras, con desalojo y
desplazamiento de población, así como des-
trucción o grave alteración de los ecosistemas
fluviales afectados.
Mucho se habla de la necesidad de implan-
tar energías renovables para enfrentar el cam-
bio climático, pero la realidad es que a pesar de
su avance en España en los últimos años, las ener-
gías renovables no están sustituyendo un solo
kilovatio producido con emisión de CO
2
. Es más,
en nuestro país no sólo se están construyendo
bastantes presas, muchos parques eólicos y al-
gunos solares, sino también grandes centrales
térmicas. Y es que hoy el consumo de energía
eléctrica en España es más del doble que en
1975, pero la política energética se orienta so-
bre todo a satisfacer una desbocada demanda
de energía que crece más entre un 6 y un 8%
cada año. Desde luego, no podemos esperar po-
der hacer frente a este crecimiento ilimitado
sin pasar la factura a nuestro medio ambiente;
y aquí sí que "nuestro" medio ambiente es el
de toda la humanidad. Según datos de este año
2003, España es uno de los países que más se
está alejando de los compromisos de Kioto. La
única forma de reducir las emisiones y empe-
zar a transformar el sistema energético es ges-
tionando la demanda, lo que pasa por propiciar
una verdadera cultura de ahorro energético.
Lejos de ello, nuestro Gobierno sigue a lo suyo,
que es seguir incrementando la oferta y el con-
sumo a toda costa, en total coincidencia con las
compañías eléctricas; de hecho, en 2001 eli-
minó de los presupuestos una exigua partida de
30 millones de euros destinada al fomento del
ahorro energético.
Por otro lado, para romper esa falacia tan
usualmente difundida por las compañías de
turno, hay que decir que es rotundamente fal-
so que el sistema eléctrico peninsular en España
sufra una carencia de potencia eléctrica y por
tanto no sea capaz de satisfacer la demanda
de electricidad. En realidad, en España existe
un importante excedente de potencia eléctri-
ca instalada, con un margen de seguridad acep-
table incluso considerando la importante
contribución de la hidroeléctrica (sujeta a la
disponibilidad de agua embalsada). De hecho,
en los últimos años la generación de electrici-
dad por medio de la cogeneración y las ener-
gías renovables ha ido ascendiendo, absorbiendo
una parte creciente de la demanda eléctrica. Para
demostrarlo, no hay más que acudir a los da-
tos de Red Eléctrica de España (REE). Según su
"Informe 2000 de Operación del Sistema Eléc-
trico", a 31 de diciembre de 2000 la potencia
eléctrica convencional (hidráulica, nuclear, car-
bón y fuel/gas) instalada en el sistema penin-
sular sumaba 44.079 megavatios (MW). A ello,
según datos de la Comisión Nacional de la Ener-
gía (CNE), hay que sumar 8.695 MW de poten-
cia en régimen especial (fundamentalmente,
energías renovables y cogeneración con gas na-
tural). Es decir, un total de 52.774 MW de po-
tencia en todo tipo de centrales. Sin embargo,
en un momento de máximo consumo históri-
co, concretamente el 25 de enero de 2000, de
19h a 20h, la potencia que fue necesario po-
ner en marcha fue de 33.236 MW. Es decir, exis-
te un excedente de al menos 19.538 MW, cifra
que supera con mucho los 7.799 MW instalados
en centrales nucleares. La cobertura de esta
máxima demanda de potencia se realizó de la
siguiente manera: térmica 44%, hidráulica 22%,
nuclear 22%, régimen especial 11%, e inter-
cambios internacionales 1%. Es decir, la con-
tribución de las energías en régimen especial
Manifestación en Sevilla contra la represión social. Un
millar de personas acudieron a la convocatoria
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El canon de la SGAE. Entra en vigor el gravamen de
los CDs y DVDs vírgenes ............................................. 13
Actualidad
cnt
n°297 enero 2004
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Sobre política energética
Muy a pesar de las élites políticas y económicas y sus corifeos
neoliberales fundamentalistas, hoy nadie puede poner en duda con
argumentos serios en la mano que el sistema económico vigente es
profundamente injusto e insostenible, ya que está generando
desigualdad social, pobreza y deterioro del medio ambiente en todo
el mundo. No se trata, evidentemente, de un sistema pensado para
dar cohesión a las sociedades humanas, sino más bien para
satisfacer unos intereses determinados.
Las energías renovables no sustituyen ni un solo kilovatio producido de forma "covencional".