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n°295 noviembre 2003
Opinión
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Agustín Romero Barroso
H
e tenido la donosa experiencia de
vivir muy de cerca eso que lla-
man los juicios rápidos, fruto de los
acuerdos y cambalaches de los
partitócratas dominantes, de esa
tremenda oligarquía caciquil, que vuelve a
estar de moda y de modos, tal como la descri-
biera el insigne aragonés Joaquín Costa. Sólo
que ahora fortalecida, reconstituida y enmen-
dada con la modernidad y postmodernidad
precisas para dominar el cotarro a lo yanqui, que
de eso se trata. No en vano fue un tribunal de
Justicia quien decidió en las últimas elecciones
norteamericanas. Aquí vamos camino de ello.
O tal vez de esa paranoica visión de lo que lla-
man terrorismo, que sería todo lo que no son
ellos ni sus intereses. Tal como los nenes peque-
ños, que son todo culito y pilila excretoras y boqui-
ta tragona, o sea unos gusanos, en cierta forma,
verticales.
Me refiero al partido único, mas bicéfalo, lla-
mado PP-PSOE. Y a sus pactos, en este caso, a
lo llamado Pacto por la Justicia (escribiré
Justicia con mayúsculas cuando me refiera a eso
que administran los políticos de acá y allá, de
partidos y sin él, por mor del poder judicial: minis-
tros, directores generales, jueces, fiscales,
representantes en el Consejo General del Poder
Judicial, Tribunal Constitucional, Defensor del
Pueblo, tribunales varios hasta el Supremo,
etc. Y escribiré justicia con minúscula endeble
y pobre, casi muerta, arrasada, a aquella de la
que tenemos sed de siglos los bienaventurados,
y que no existirá como bebida (a no ser que sea
la Cocacola, claro). Tal Pacto, como digo, tiene
una sola clausula clara y secreta a voces: apli-
car la maquinaria demoledora de la Justicia a
todos aquellos y todo aquello que no sea el PP-
PSOE, exterminarlo del solar hispano de una vez
por todas. Para ello los juicios rápidos se han deve-
lado como un invento eficaz para exterminar per-
sonas herejes, la oposición al PP-PSOE, desde
que desapareció la Inquisición, olvidando el breve
interludio de las SS nazis, que fueron aprendices
del Santo Oficio y maestras de los pactantes.
Pero voy al grano ejemplificante. Resulta que
resido en una comunidad autónoma en la que
manda uno de los socios bicéfalos del Pacto, el
PSOE, y en una pequeña ciudad en la que la gente
votó con fervor a un floreciente empresario del
negocio del ladrillo y afines, por supuesto con
pesoítis aguda, y del Real Madrid, claro. Se
llama la población Llerena. Las gentes llaman
al susodicho alcalde Calentín, otras Maletín, cuan-
do en realidad se llama Valentín. Pero ya se sabe
esto de los motes en los pueblos, que definen
con impacto el ser de la persona. Es un señor
que con tanto voto está indigesto, esto es, no
los expulsa de su ser: ni caga ni vomita. Y callo
porque podría incurrir en algo incorrecto polí-
ticamente. Y como soy de la oposición que se
opone pues eso: me aplican el Pacto. ¿Hacia dónde
mirará Supergarzón y las asociaciones de dere-
chos humanos?
Pero repito, voy al grano: hace cosa de dos
semanas, viernes por la tarde, como a las siete
y media, recibo la gentil visita de dos agentes
de la policía local en mi piso. Cuan ambos cor-
chetes de otros tiempos. Les atiendo deferen-
te y me hacen amable entrega de un papel en
el que se me cita para un juicio de faltas de inju-
rias en calidad de denunciado. En ese momen-
to me transformé en el protagonista de la
novela El Proceso, del genial Franz Kafka, en otro
K, víctima del absurdo de los que mandan. El pape-
lorio no se me entregaba ni con el nombre del
denunciante, ni las circunstancias o conteni-
do, o hechos, o palabras de mi falta de injurias.
Que no se presuponía, sino que se afirmaba y
condenaba implícitamente ya. Ante tal proce-
der tan sumamente democrático, justo, buro-
crático y de formas tan edulcoradas, tuve un vago
recuerdo de lo inquisitorial. Interrumpiendo mi
vida y mis quehaceres más importantes consulté
a un amigo abogado, que me dijo que espera-
ra al lunes para trasladarme al Palacio de
Justicia, a fin de recabar los datos que faltaban
en la citación, que son de sentido común que
vengan con la citación, a fin de defenderme, como
poco. Y nunca mejor dicho lo de defenderse. Así
que pasé el fin de semana cavilando y hacien-
do examen de conciencia, tipo herético me
imagino, y jesuítico por aprendizaje, sobre a quien
podría haber faltado con injurias en los últimos
meses. Y la verdad es que no encontraba a
nadie. A no ser que la ironía de algunos escri-
tos fuera entendida así por gente sin formación
literaria, ya que publico con periodicidad en varios
medios. No encontraba a nadie, y no porque tenga
la lengua y la pluma santificadas, sino porque
mi ética, mi profundo sentido de que el odio,
el miedo y la ignorancia (cuyas carencias es de
donde sale la injuria) son los árboles de donde
se producen los frutos como el que me endosaba
la cita de la señora Juez. La citación no tiene
desperdicio para amantes de estilos. Arrasa
derechos fundamentales de toda persona, la pre-
sunción de inocencia y el derecho a defensa, apar-
te de lo de información completa, etc. Soy de
esa opinión política respecto del estilo de la cita-
ción y su contenido. Discrepo.
Yendo que fui el lunes al Palacio de Justicia
y recabada la información sobre denunciante
y contenido de la denuncia, se me hizo entre-
ga de papelorio en donde el denunciante era el
señor Alcalde (que escribo con mayúscula en
el mismo sentido de grandeza que Justicia), cono-
cido por Calentín popularmente, basándose
en un informe, que le elaboró al respecto,
según consta en la denuncia, un agente de la
policía local, que por lo visto recibió una lla-
mada en la que alguien, identificándose como
yo, vertió una serie de apreciaciones y des-
preciaciones injuriantes sobre el señor Alcalde,
Jefe de personal directo del agente que fabri-
có el informe, también la persona que el agen-
te identificó conmigo por la voz y que dijo ser
yo, vertía -a juicio de la portentosa memoria del
agente- graves y gruesas descalificaciones
sobre autoridades y demás. Ante tan donoso
caso quedé patidifuso. O sea, un agente con el
que jamás he hablado, reconoció mi voz, mis
nombres y apellidos, dirección y DNI por la voz,
tal como consta en el informe. Además el agen-
te recoge casi medio folio, con letra apretada,
del contenido de lo que le hablaron por teléfono
en mi nombre, toda vez que no se grabó. Hay
que reconocer en ese hábil funcionario muni-
cipal, bajo las órdenes del Alcalde, dos o tres cua-
lidades inusitadas: la paciencia para escuchar
durante un cuarto de hora los denuestos reco-
gidos, la memoria voluminosa, nítida y amplia,
por un lado, y su perspicacia perita, y con ese
don único que le dio el cielo, su olfato de peri-
to sinigual en reconocer a una persona por la
voz perfectamente, con datos totales. Lo mismo
lleva insertado un chip informático, tipo
Robocop. En fin, que con esos mimbres se
enjaretó la denuncia del señor Alcalde, mister
Valentín, Calentín o Maletín. Que el pueblo elija.
Y llegó el día del juicio, al que me presenté
como al Juicio Final, esto es, sin procurador ni
abogado. En el transcurso del mismo el señor
Alcalde, advirtió al Tribunal, por si no lo saben,
que era el Alcalde del pueblo, con altanería zar-
zuelera, no emitió acusación ni pidió pena
alguna sobre mí y fue mandado callar varias veces
por intentar vituperarme con otras historias, con
lo que demostró animosidad manifiesta contra
mi persona. Sin salir de mi asombro ni dar cré-
dito a lo que vivía, negué que fuera yo el que
llamó porque así ocurrió, y podría haber sido
Carlos Latre o cualquier imitador de mi voz, o
alguien que el buen agente confundió conmi-
go, eso pensando bien del agente informante,
o ser simplemente un falso testimonio y mon-
taje preparado contra mí, de pensar mal. ¡Yo qué
sé! Ya que la Juez no me dejó defenderme ni pre-
guntar con estas consideraciones, ya que decía
que eso correspondía a ella. Lo cual fue en
mucha manera violento para mí, como para cual-
quier persona pensante y que tenga a bien
hacer su defensa como le pareciere sin salirse
del asunto, sino profundizando tal como pre-
tendía. Pero allí estaba sentado en una banqueta
por la Justicia sin comerlo ni beberlo. El señor
Fiscal pidió mi absolución total como denun-
ciado sin tampoco emitir acusación alguna, y
como no menos esperaba del sentido común. Ello
le honra. Por lo que el principio acusatorio, de
rango constitucional, se vulneraba. Acabó nada
más comenzar el juicio, que por eso serán rápi-
dos, y me vi conminado a firmar el acta sin saber
lo que firmaba, sino por orden superior, y salí
a escape de la sala, no se me pegara algo.
Casi cinco días después fui citado nueva-
mente, por Correos y sin tanta formación de
corchetes de la policía local, para que me
comunicaran la sentencia. Personéme nueva-
mente en el Palacio de Justicia, antigua sede
de la Inquisición en Llerena, y allí nadie me espe-
raba, sino que, preguntando por mi cuita di en
un funcionario que me fotocopió la sentencia,
que fue más sorprendente que otra cosa. Se me
condena a pagar treinta euros, después de
una jerga que habla de días de prisión, y se me
concede la gracia de recurrir en el plazo de cinco
días. Todo muy rápido, como se ve. Indagando
cómo recurrir, en persona virgen en asuntos
de Justicia como soy, se me informa que he de
hacerlo con abogado, aunque sin procurador.
Lo cual me cuesta unos 125 euros. Así que es
mucho más barato pagar la sanción por algo que
no hice, y que es grave atentado a mi digni-
dad por un montaje falso, que defender mi dig-
nidad por la vía de la Justicia. Y a esto llaman
Justicia. Pos vale, señores del Pacto por la
Justicia. Bonito negocio esto de molestar a ino-
centes, robarles, amargarles las horas y otras
menudencias que callo por vergüenza ajena.
Así que esto, me pensé debe ser escrito, con-
tado a los cuatro vientos para los engañados
que piensan que hay democracia, justicia y
demás. No. Estamos al albur de una alcaldada
general y global, de un sistema ciego y lerdo,
falso y terrible.
O sea que el atropello de la Justicia y de los
que van a ella con cuentos falsos de faltas es
completo. No digo nada si te acusan de delitos
graves. Curiosamente aquí es el poder local y
el poder judicial, local también, quienes se unen.
El ejemplo que narro, con visos de humor
negro, es la aguja de marear para los ciudada-
nos libres, de la democracia por la base, la
buena gente honesta que está muy harta de tanto
papeleo y tanto pampringao, tanto falsario polí-
tico, y que quiere justicia y sentido común en
las cosas. Cualquiera puede estar tranquilamente
en su casa y le pueden citar a comparecer por
falta de injurias, por calumnia, asesinato, o lo
que les dé la gana a los poderes establecidos,
y, con falsos testimonios a usted le arrancan de
su tranquilidad por una chorrada, de su inocencia,
de su honradez, de su dignidad. Le conminan
amenazantes mediante escrito oficial esta-
blecido por el Ministerio de Justicia a compa-
recer ante un tribunal, que no describo por
respeto. A usted no se le deja defenderse, a usted
se le multa y usted tiene que apelar a instan-
cia superior para tratar de defender los más ele-
mentales derechos constitucionales de presunción
de inocencia, respeto a su salud síquica y físi-
ca, derecho de defensa, se le vulnera el prin-
cipio acusatorio, y no sé cuantas barrabasadas
más de ese tétrico mundo de la Justicia, que es
la Política por los medios menos democráticos
que haber pueden.
Pero, sobre todo, sepa que a quienes hacen
eso no son militantes o votantes entusiastas
del monolítico PP-PSOE. Es a la oposición a los
dos, o sea, a los discrepantes de este régimen
oligárquico alternante de la monarquía par-
lamentaria que detenta el mando del Estado.
Toda esa maquinaria inquisitorial al servicio de
los políticamente correctos. Esa es la definición
final del Pacto por la Justicia, que se devela como
un pacto de lobos de siempre. Así que la
Justicia no es sólo un cachondeo, como men-
tara el andaluz "grasioso", sino algo mucho más
peligroso, con la que el ciudadano de a pie tiene
que estar desasosegado, a tenor de la arbitra-
riedad con la que actúa, por el botón de mues-
tra vivido y contado. Tal vez en los detalles menos
terribles. Y que quede clarito que esto lo emito
como derecho a la opinión política que me asis-
te, que está en contra de todo lo establecido como
administración de Justicia, que creo no sólo mejo-
rable sino que se acerque algo a lo que es la jus-
ticia real. Comenzando por cambiar el uso
arcaico y cutre de la lengua castellana.
Es lo menos que puede decir un inocente total
cuando se le somete a vivir, sin su permiso, un
calvario de proceso kafkiano e inquisitorial. Me
imagino el inmenso dolor de esa mujer de
Málaga con años de cárcel, acusada de asesinato,
o la rabia, el daño y la impotencia de las miles
de personas que hemos padecido el más míni-
mo atropello de un asunto de alcaldada (el mío),
de un Calentín o Valentín cualquiera, para
que encima nos quieran hacer tragar que aquí
hay democracia y todo eso. Oligarquía y caci-
quismo como forma de gobierno en España, que
diría Costa. El Pacto de los Lobos, en lo referi-
do a la Justicia, que diría la película francesa
de unos años, que pueden ver, alquilar en
videoclub o así. Entenderían mejor este artí-
culo. Cierro con la maldición gitana nunca
bien entendida y tremenda verdad: pleitos
tengas y los ganes, pues aun ganándolos te harán
perder el juicio y el dinero, aparte de la honra
y el tiempo, sobre todo el tiempo. Pero don
Calentín es así de hermoso. Y los del pacto están
con él. Hombre de orden al fin y al cabo.
El pacto por la justicia
versus
el pacto de los lobos
Tal Pacto tiene una sola clausula clara y secreta a voces:
aplicar la maquinaria demoledora de la Justicia a todos
aquellos y todo aquello que no sea el PP-PSOE, exterminar-
lo del solar hispano de una vez por todas. Para ello los jui-
cios rápidos se han develado como un invento eficaz para
exterminar personas herejes, la oposición al PP-PSOE
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