cnt
Como era previsible el delfín de Aznar resul-
tó ser un pedazo de atún: Mariano Rajoy,
niño bonito del norte, criado en las Rías
Baixas, conservador en conserva y reserva
permanente de la piscifactoría gallega que
regenta con mano de hierro y cabeza de
buque, Fraga Iribarne. Mariano, alevín per-
petuo del P.P. en Galicia, comprendió, aunque
algo tarde, que la tarea que se había impues-
to, suceder a don Manuel, el espécimen más
resistente de una especie política que no
acaba de extinguirse, era excesiva para sus
limitadas fuerzas y cayó en la cuenta que era
más fácil y sobre todo más rápido colocarse
en Madrid como aspirante al sillón de La
Moncloa. Sabia y meditada decisión que le
ha dado sus frutos.
Como Aznar, Rajoy, tiene la virtud de la
paciencia, adquirida en sus tiempos de oposi-
tores, no al régimen por su puesto, sino a
dos plazas en sus respectivos escalafones.
Josemari y Mariano pertenecían a aquella
silenciosa mayoría de estudiantes que sólo
iban a estudiar a la Universidad y que pasa-
ban sin romperse ni mancharse por las aulas,
ajenos a todo lo que no fueran sus libros de
cuentas y registros, ciegos, sordos y mudos
ante las convulsiones que agitaban a la socie-
dad de su tiempo, aislados y enclaustrados,
insolidarios, reaccionarios y refractarios a todo
cambio, franquistas en la intimidad y autistas
en el ámbito de las asambleas, los debates y
las manifestaciones. Si alguna vez se les veía
por una asamblea era para ejercer sus derechos
democráticos para votar en contra de las huel-
gas y oponerse a cualquier clase de perturba-
ción que interrumpiera la vida académica.
Aznar y Rajoy rompieron el cascarón y se
acercaron al juego político por el mismo meca-
nismo que les llevó un día a presentarse a las
oposiciones, conseguir las primeras plazas del
escalafón mediante la paciencia y el cálculo de
probabilidades, prescindiendo de cualquier ide-
ología y de cualquier idea propia. Lo cierto es
que ambos dan la medida exacta para gestio-
nar los asuntos de este país de títeres, cuyos
hilos se mueven desde Washington donde se
decide nuestra política exterior y desde El
Vaticano, tomado por opusdeístas y legiona-
rios, donde se dictan las normas sobre educa-
ción y moral. Para eso se bastan y nos sobran.
Un informe del Tribunal de Cuentas afir-
ma que una cuarta parte del dinero que
manejan los principales partidos políticos
tiene un origen irregular. En algunos casos,
la procedencia no es sólo irregular, sino
opaca: así a la hora de las donaciones anó-
nimas, que en los ingresos de CiU alcan-
zan un monto realmente espectacular.
El Tribunal sostiene que la contabilidad
oficial de los partidos no refleja fielmen-
te sus gastos, que no unifican todos sus
ingresos y que se aprovechan de su pre-
sencia en instituciones de carácter local
para otorgarse fuentes de ingresos suple-
mentarias. Eso por mencionar sólo los
hechos probados.
Según los integrantes del Tribunal,
debería procederse a una reforma de la
Ley de Financiación de los Partidos
Políticos que regulara determinadas prác-
ticas confusas e impidiera que otras cla-
ramente ilegales encuentren cobertura.
Es la enésima vez que el Tribunal hace
esa recomendación. Y se puede apostar
sin ningún riesgo lo que harán los parti-
dos políticos: dirán que, en efecto, hay
que reformar esa ley y, a continuación,
seguirán en las mismas.
La clave del problema no está en la ley,
sino en la realidad.
Los partidos tienen un volumen de gas-
tos que no pueden afrontar de ninguna
manera con los ingresos que perciben.
El primer gran capítulo que les des-
borda es el de las campañas electorales. Se
gastan no sólo lo que no tienen, sino lo
que nunca podrían tener, aunque obtu-
vieran resultados excelentes.
A considerable distancia, pero también
como una pesada carga, deben soportar
los gastos de mantenimiento del aparato
burocrático del propio partido: locales,
sueldos de personal, organización de actos,
propaganda, etc.
Tal volumen de gasto no podría verse
compensado de ningún modo por los fon-
dos que aporta el Estado para el sosteni-
miento de las fuerzas políticas con
representación parlamentaria ni -mucho
menos aún- por las cotizaciones de sus
militantes.
Sólo cabe concebir una solución para
paliar esa tremenda desproporción entre
gastos e ingresos: que los partidos se
pusieran de acuerdo para reducir drásti-
camente el despliegue propagandístico -
en buena medida inútil, dicho sea de
paso- que hacen durante las campañas
electorales. Pero es más que improbable
que pudieran llegar a ese acuerdo.
Bastaría con que uno pretendiera apro-
vechar la rebaja de los otros para obtener
ventaja y de inmediato volverían todos a
las mismas.
El Tribunal de Cuentas es muy bené-
volo. Digamos más bien que no quiere líos.
Se limita a fiscalizar lo que los propios
partidos le ponen sobre la mesa. Si inves-
tigara las comisiones -o las generosas
donaciones- que obtienen algunos parti-
dos con vara alta en la Administración por
la adjudicación de grandes obras públicas,
o por recalificaciones de terrenos, o por
asignación de determinados servicios, vería
lo que es bueno.
Lo que pasa es que no quiere verlo.
Extraído de la página web de Javier Ortiz
Martes, 7 de octubre de 2003
www.javierortiz.net
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Octubre 2003
VI época - Madrid
Marianísimo
El dinero de los partidos
Javier Ortiz
Moncho Alpuente
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Josemari y Mariano
pertenecían a aquella
silenciosa mayoría de
estudiantes que sólo
iban a estudiar a la
Universidad, ajenos a
todo lo que no fueran
sus libros de cuentas y
registros, ciegos, sordos y
mudos ante las
convulsiones que
agitaban a la sociedad
de su tiempo, aislados y
enclaustrados,
insolidarios,
reaccionarios y
refractarios a todo
cambio, franquistas en
la intimidad
Soñó el loco que le podían derribar la Cruz del Valle de los Caídos (y de los
vencidos muertos). O que el jinete sería descolgado por el cuello y cercena-
do su caballo. Pero los símbolos trascendieron a la locura y hoy se cobra
entrada a los turistas y a los curiosos que quieren saber si la pesada losa
impedirá que el mal olor salga del agujero. Boadella, Albert, en "Buen viaje,
excelencia", ha retratado a Franco, aquel hombre que murió de imbecili-
dad rodeada. El asesino de cuerpos, terrorista de almas y genocida de ilu-
siones es redescubierto ahora como lo que fue: un bobo.
Jenofonte
El bobo
la fotomatona