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El pequeño gran estadista centrista de La
Moncloa deshojó por fin la margarita suceso-
ria y señaló con el dedo de señalar a su here-
dero, más cachalote que delfín. Un registrador
de la propiedad de Pontevedra sustituirá en la
cabecera del partido popular a un inspector
de Hacienda de Valladolid, un señor alto con
gafas y toda la barba sustituirá a uno más baji-
to y con bigote. Y poca cosa más, continuista
de la nada y renovador de lo que no hay,
Mariano Rajoy, no aporta ideas nuevas ni ide-
ología reseñable. Eso de las ideologías no es
más que un incómodo lastre que los partidos
políticos arrastran del pasado, que nunca fue
mejor, una incómoda excrecencia que la evo-
lución, involución, va haciendo desaparecer al
paso de los años, inútil legado del siglo ante-
rior, antigualla y filfa. Para aplicar la política
económica obligatoria del Fondo Monetario y
seguir al dedillo las instrucciones en política
exterior que transmiten de la Casa Blanca, la
ideología resulta superflua e inconveniente.
La soberanía nacional y el poder decisión de
los gobiernos son meros espejismos, engaña-
bobos y trampantojos que apenas sirven para
endulzar el trago amargo de creerse alguien por
parte de los que no son nadie y no hacen nada.
Los políticos, de Bush a Aznar, de
Berlusconi a Blair son simples eslabones
recambiables de una cadena de mando que
tiene como coartada la convocatoria cada
cierto tiempo de unas elecciones pretendida-
mente democráticas a las que solo concurren
con posibilidades de éxito los grandes parti-
dos homologados y subvencionados, endeu-
dados e hipotecados por los préstamos de los
grandes bancos que les financian a cambio de
impunidad para sus latrocinios legales. No
hay otro modo, ni otro medio de obtener el
triunfo electoral, no hay más vía que esta,
no hay más cera que la que se consume en
esta hoguera de las vanidades y de las bana-
lidades políticas.
Aznar, Rajoy, Rato, Gallardón o Zapatero,
Ibarretxe y Pujol, todos comparsas a sueldo en
esta civilizada función, comedia bufa que ocul-
ta tras las bambalinas todas las miserias, cruel-
dades y mezquindades de las que son capaces
estos farsantes. Arriba el telón.
El País
Tradio y TV - 06/09/2003
No me gustan los cadáveres: mi culto a los
muertos es mental. Las izquierdas, digo
siempre -lo sé-, son espirituales, como las
derechas materiales. Ellos les meten en
mausoleos gigantescos y les hacen monu-
mentos que se van quedando grotescos;
nosotros dejamos que sigan entrando en
nuestra vida: y hasta en las de ellos. El
esqueleto anónimo de cráneo horadado por
el balazo es otra cosa: sale ahora de su
tumba como testigo de que eran crimina-
les los que vencieron y se fingieron san-
tos, recuperan la verdad, la historia:
denuncian. Estuve en Cangas do Morrazo:
entre una bandera de la CNT, otra de la
República, echaron al agua 11 ramos de
flores por los asesinados en ese día en el
año trágico de 1936; tomé una mano, un
brazo, miré unos ojos y me sentí vivo con
algo de la muerte de ellos, de lo que esta-
ban haciendo en vida para los que les
seguimos. Cantaron el himno gallego, me
quedé sin cantar A las barricadas. Lo pien-
so otra vez con las noticias de Lorca. Yo no
querría que le desenterraran. El barranco
de Viznar es ya un nombre histórico: un
monumento. No es un cuerpo que tiene
que acusar, con el del maestro y los dos
jóvenes anarquistas a los que mataron con
él: es la impregnación de Lorca que hay en
España, el espíritu que se ha expandido
entre nosotros a pesar de los cuarenta años
del peor de los asesinatos, el de la cultu-
ra. La casa de Bernarda Alba no está allí;
es libre y es una metáfora que grita con-
tra la opresión, contra la dictadura de una
sola persona; y es una defensa de la mujer
castigada por serlo. No está enterrada allí
Marianita Pineda, que bordaba y prepara-
ba la bandera republicana, como siglos más
tarde hacía mi madre. El romance de la
asesinada vive, como el de Fermín Galán,
fusilado en un monte de Huesca, está en
la obra que le dedicó Alberti. Lo que
encuentren los historiadores en esos res-
tos puede ser útil para datos. Está bien:
pero ya los asesinos han muerto en sus
camas de una vejez sin arrepentimientos y
sin conciencia. Y si siguieran vivos, no
pediría yo que les tocaran ni el pelo de la
ropa: que se sepa quiénes son asesinos y
quiénes no. (Ah, lo dije en Galicia y una
señora se sublevó, y pronunció el nombre
de Fraga, y se marchó. "Es que ha sufrido
demasiado con la represión", me dijo
alguien. Cómo no lo voy a entender).
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Septiembre 2003
VI época - Madrid
Mariano
Lorca
está vivo
Eduardo Haro-Teclen
Moncho Alpuente
Para aplicar la
política económica
obligatoria del Fondo
Monetario y seguir al
dedillo las
instrucciones en
política exterior que
transmiten de la Casa
Blanca, la ideología
resulta superflua e
inconveniente.
El esqueleto
anónimo de cráneo
horadado por el
balazo es otra cosa:
sale ahora de su
tumba como testigo
de que eran
criminales los que
vencieron y se
fingieron santos,
recuperan la
verdad, la historia:
denuncian.
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