ECOLOGÍA |
La ideología del beneficio genético
Marco
Caponera
Detrás
de la comercialización de origen genéticamente modificado y detrás de las
grandes campañas de ingeniería genética aplicada al hombre, hay obviamente
intereses económicos de vastas dimensiones, mucho mayores de cuanto se pueda
imaginar. Los arraigados intereses económicos, se sabe, no pueden privarse de
buscar el consenso de la masa. Mejor sería decir que el interés de estas
multinacionales es la eliminación de la disconformidad, en línea con lo cual
está la cobertura propagandística de gran parte de los concurrentes al mercado
de consumo total (eufemismo de la globalización). Lo que resulta siempre de
todo spot publicitario es "el bien" que estas empresas pueden acarrear
a la colectividad; al que disfruta de la propaganda se le pide, en el fondo, sólamente
"el consumo", todo lo demás ha sido ya preparado por las empresas
productoras.
De
siglos acá, la mayoría de las campañas informativas del poder (sean éstas
gobernativas o puramente económicas) tienen valor ideológico: entre los
numerosísimos ejemplos, se puede citar el esfuerzo continuado de los soberanos
medievales en legitimar su propio papel, atribuyéndole carácter de investidura
divina; o recordar la propaganda inquisitorial basada en la difusión de hechos
falsos concernientes a aquellos que eran acusados de brujería, hasta mencionar,
como es justo, la imponente campaña fascista dirigida a fijar comportamientos,
palabras, pensamientos y valores del pueblo entero. La ideología, la retórica
son usadas para dirigir la opinión pública a un estado de tácito consenso que
permita la prosecución ininterrumpida de los trabajos. La historia, aunque
propiamente no sea "maestra de la vida", nos enseña en este caso que
hacer "creer" algo es mucho más fácil que hacer
"comprender" algo. Un ejemplo evidente de cómo, gracias a la
desinformación, se consigue hacer creer todo, lo tenemos en las palabras de
Umberto Veronesi (actual ministro italiano de Sanidad), cuando dice: "
todas las biotecnologías son convenientes, el que se opone a ellas forma parte
de una cruzada antihistórica, se trata de gente que se dispone ideológicamente
contra el progreso de la ciencia"... Y sigue en toda la entrevista con una
serie de afirmaciones y difamaciones en la confrontación con los opositores a
los que, naturalmente, como técnico en la materia, considera idiotas de
mentalidad medieval, invocando el manido y retórico principio de que el
progreso no se discute. ¿ Incluso aunque traiga consigo la destrucción del
globo?
Las
informaciones que pasan como oficiales, vienen casi siempre divulgadas por
empresas implicadas en la investigación y en la comercialización de tales
productos. Pedir la verdad a la Monsanto antes que a la Novartis, es como
preguntarle al tabernero si su vino es bueno. En este sentido, las instituciones
no nos ayudan. Cuando proporcionan informaciones técnicas sobre cultivos transgénicos,
de hecho, sus fuentes son representantes de los informes redactados por los ténicos
de las empresas, o peor aun si encargan a funcionarios o ex-funcionarios de las
empresas hacer el control de la producción, lo cual, por repetir el ejemplo
anterior, es como si se encargara el control de la adulteración del vino al
propio vinatero.
Dondequiera
que se tuvo que dar cuenta de los peligros causados por adulteraciones
alimentarias, se intentó dejar a salvo la conducta de las empresas implicadas.
Las multinacionales, temiendo las acciones de boicot, resolvieron en parte el
problema transfiriendo todas las principales plantaciones transgénicas del
primer mundo (Europa, América) al tercer mundo (Africa, América Latina), donde
las poblaciones rurales están más indefensas y son más fáciles de
chantajear.
La
cuestión productivista
La
base de la propaganda mediática a favor de las biotecnologías es la que se
centra en el presunto aumento de productividad aportado por los organismos genéticamente
modificados (ogm).
Preguntemos:
¿cuál es la definición de productividad? ¿Qué entienden las empresas
alimentarias con el término productividad? ¿El número de los productos? ¿La
cantidad de principios nutritivos contenidos en un solo alimento? ¿La cantidad
de beneficio realizable? La ambigüedad de estas definiciones nos lleva más allá.
Un ejemplo: si nos basamos en el número de frutos producidos, aparentemente, el
cálculo de ganancia es inmediato y evidente, pero ¿qué papel tienen los
componentes nutritivos? Si, por el contrario, tomamos en consideración la
duración del fruto y al mismo tiempo perdemos de vista el deterioro de los
propios principios nutritivos, estamos de nuevo donde estábamos.
En
resumen, a un aumento del número y de la duración de un vegetal no le acompaña
necesariamente un aumento de los principios nutritivos.
Otro
ejemplo: la gran mayoría de las plantas vienen modificadas para resistir a los
herbicidas y a los insectos, teniendo de este modo la posibilidad de utilizar
herbicidas incluso durante el crecimiento de la planta. En América, los
cultivos son intensivos (en general, monocultivos), de forma que permitan una
distribución de productos químicos desde aparatos aéreos.Todo esto no es
posible en otras muchas zonas que no son de monocultivo. O de forma que permitan
una elección: o aligerar los costes (debidos a los sistemas de difusión de los
herbicidas no económicos) buscando amortizarlos de otro modo, o cambiar los
cultivos de tradicionales en intensivos con los imaginables costos ambientales.
La
productividad no es un índice objetivo porque no se toman en consideración los
daños acarreados por el cultivo que, en el caso de la monocultura, son enormes.
El uso de aditivos químicos a los cultivos intensivos, por ejemplo, es el
responsable del envenenamiento de los acuíferos, y estos daños deben ser
contemplados en el complejo índice de productividad real de la agricultura.
No
se tienen en consideración los desechos del cultivo de plantas que sirven a
utilizaciones diversas, como forraje y tantas otras. La diversificación de los
cultivos en las explotaciones tradicionales permite el aprovechamiento pleno de
todo cuanto se cultiva. Los cultivos intensivos, por el contrario, valoran sólamente
la cantidad y la pureza de la especie cultivada, eliminando sistemáticamente
todos los elementos biológicos dañinos para ésta, creando así zonas francas,
que de lo biológico conservan realmente poco.
Otro
aspecto no tomado en consideración por los frankenfarm es el ligado al aumento
de los costes para quien decide que de ningún modo utilizará los ogm en sus
productos. Existen centenares de empresas sólo en Italia que producen de forma
totalmente biológica sus propios alimentos. Ellas resultan enormemente
perjudicadas por las biotecnologías, porque se han encontrado indicios de ogm
también en productos que se declaraban biológicos (y que de buena fe probaban
serlo). Sin embargo, por vía de la polinización (hibridación) y de la
importación por "error" de semillas modificadas, está resultando
casi imposible garantizar los alimentos biológicos. Esto obliga a un aumento
enorme de los costes para los controles, todos a cargo de las empresas
productoras y de los consumidores. De esta manera, la subsistencia de las
empresas biológicas a costa de los más altos costes de los productos será
completamente arruinada (económicamente) o puesta en una situación imposible
(incapacidad de producir biológico al cien por cien).
Proteger
la biodiversidad
Se
hace evidente que incluso la afirmación de querer proteger las especies
cultivadas por medio de la modificación genética resulta ser una gran trola,
porque los cultivos ogm empobrecen ulteriormente la biodiversidad. Lo que quiere
decir que, ya hoy, sobre el total de las plantas cultivadas, la inmensa mayoría
de las que cubren el planeta están hechas de una decena de especies (tabaco,
soja, grano, maíz y pocas más), y esto porque sólo se utilizan algunas
plantas para la alimentación humana, pero es evidente que la naturaleza no
puede soportar un desequilibrio tal y busca por todos los medios (no calculables
en laboratorio) restituir un equilibrio artificialmente violado. Bien visto,
resulta que uno de los motivos más importantes para el uso de ogm es la
necesidad que tienen los monocultivos intensivos (los latifundios) de no entrar
en contacto con un verdadero ecosistema (bacterias, microorganismos, herbazales)
que operarían negativamente sobre la cosecha, en favor de zonas francas, donde
son prácticamente eliminadas las especies indígenas. De aquí la resistencia
de los parásitos de las plantas a los pesticidas tradicionales. Un ejemplo
sobre todos es el representado por el malafamado Ddt, responsable en los años
setenta de un desastre ecológico que sólo después de muchos años fue posible
conocer en toda su infamia y del que no muchos saben algo. Sin embargo, si no
recordamos mal, en aquel momento el Ddt fue presentado como la respuesta
definitiva a todos los males producidos por los parásitos en sus ataques a las
plantas.
El
hambre en el mundo
La
propaganda de las multinacionales sostiene que los alimentos genéticamente
modificados son la respuesta al problema del hambre en el mundo, pero el motivo
real por el que las multinacionales producen organismos genéticamente
modificados es, por medio del monopolio productivo, la posibilidad de imponer al
mercado mundial sus propios productos. Este mecanismo fue hecho posible por
haber convertido en patente la materia viviente, haciendo así puramente
especulativo un proceso que nacía (propagandísticamente) como dirigido al
mejoramiento de la condición humana. Si, por ejemplo, siempre sin perder de
vista la afirmación "de la eliminación del hambre en el mundo",
observamos la cuestión considerando el trabajo efectivo de las multinacionales,
lo que vemos es una megaoperación neocolonial de acaparamiento de zonas francas
para el cultivo intensivo con bajo riesgo de sabotaje (cosa que está
caracterizando las zonas de cultivo de omg europeas y americanas). De hecho, en
los países donde estos cultivos están presentes, se han verificado numerosos
actos de boicot, cuando no de verdadero sabotaje, encaminados a disuadir a las
empresas de seguir por ese camino. Los agricultores africanos (y del Sur de todo
el mundo) poseen un poder contractual enormemente inferior al de sus colegas de
los países industrializados, y a la oferta de semillas estériles no pueden
oponer ninguna forma de boicot.
En
la India, por ejemplo, cuatrocientos cabezas de familia de Kamataka pudieron
oponer sólamente su propio suicidio a las vejaciones de la Monsanto, que les
había impuesto la toxina "Bt", culpable de empobrecer los terrenos y
de producir super parásitos invulnerables.
Esta
propaganda internacional, alegando motivos de tipo altruístico, pretendería
presentar a las multinacionales como entes en favor del renacimiento económico
del tercer mundo. Las biotecnologías permitirían un franqueamiento económico
de los países industrializados y la solución al problema del hambre. Como
escribe incluso Le monde diplomatique: "El desarrollo de las biotecnologías
ha transformado los países del Sur en un gigantesco terreno de prospección.
Sus tierras son verdaderas y propias minas de genes disfrutables, materia prima
para las empresas americanas, europeas y japonesas...pero no africanas.
Porque,
aunque gran parte de los recursos genéticos sobre los que se trabaja se
encuentran en el SUR, pero la tecnología y las patentes están, por el
contrario, en el NORTE, por eso, se dan todas las condiciones para que se inicie
un nuevo intercambio desigual."
Los
productos genéticamente modificados son, de hecho, seleccionados con base en
los existentes en el Norte (en los países donde las multinacionales tienen sus
laboratorios) y no en el Sur. "Es más, en el curso de los años, las
variedades de bajo impacto ambiental, que en lo sustancial cuestan menos y se
adaptarían mejor a los países pobres, se dejaron a un lado en favor de las de
alto impacto", porque necesitan pesticidas que son los que producen las
mismas empresas, por ejemplo, Monsanto.
Si
todo esto no bastara, los frankenfood están eliminando también los pocos
puestos de trabajo existentes en el Sur del mundo, originados por la
agricultura, golpeando ulteriormente la riqueza (es un decir) de estas
poblaciones, por medio de las tecnologías monoculturales que, además de
destruir el ecosistema, dejan en desuso la mano de obra local en los
campos..." Llegados a este punto, debería resultar clara la motivación
real que mueve a las multinacionales de la biotecnología a exportar sus
productos al tercer mundo y a luchar por mantener el control sobre los mercados
de los países industrializados: el monopolio de la alimentación mundial... Por
decirlo en cifras: diez multinacionales controlan el 40 por ciento de las
semillas, cinco multinacionales controlan el 97 por ciento de las semillas
transgénicas. Para dentro de cinco años se prevé que cinco multinacionales
controlarán casi el 100 por cien de todas las semillas existentes en el
planeta.
Extraído de Libertaria, año 2, nº 4