De Organización Obrera Número especial por los 100 años de la F. O. R. A.

 

LA REHABILITACIÓN DEL TRABAJO

En nuestra sociedad, el trabajo es una maldición. La sociedad, como el dios del Génesis, castiga con el trabajo. ¿A quién? A los pobres, porque el único delito social es la miseria. La miseria se castiga con trabajos forzados. El taller es el presidio. Las máquinas son los instrumentos de tortura de la inquisición democrática. Hemos envenenado el trabajo. Le hemos hecho temer y odiar. Le hemos convertido en la peor de las lepras. ¡Y pensar que el trabajo será un día felicidad, bendición y orgullo, que quizá lo haya sido en sus orígenes!. Mientras escribo estas líneas, mi hijo (de dos años y medio) juega. Con tierra y con piedras, imitando a los albañiles; juega a trabajar. La idea de ser útil germina en su tierno cerebro con alegría luminosa. ¿Por qué no trabajan los hombres, alegres y jugando, como trabajan los niños? El trabajo debe ser un divino juego; el trabajo es la caricia que el genio hace a la materia, y, si la maternidad de la carne está llena de dicha, ¿no ha de estarlo también la del espíritu? Y he aquí que hemos prostituido el trabajo; hemos hecho de la naturaleza una hembra de lupanar, servida por el vicio y no por el amor; hemos transformado al obrero en siervo de eunucos y de impotentes.

El trabajo ha de ser la bienaventurada expresión de las fuerzas sobrantes; el resplandor de la juventud. Ha de ser hermano de las flores, del encendido plumaje que ostentan las aves enamoradas; hermano de todos los matices irisados de la primavera. Compañero de la belleza y de la verdad, fruto, como ellas, de la salud humana, del santo júbilo de vivir. Pero, entretanto, es compañero de la desesperación y de la muerte, carga de los exhaustos, frío y hambre de los desfallecidos, abandono de los desarmados, desprecio de los inocentes, ignominia de los humildes, terror de los condenados a la ignorancia, angustia de los que no pueden más. Sin embargo, lo absurdo no subsiste por mucho tiempo. Libertaremos a los pobres de la esclavitud del trabajo, y a los ricos de la esclavitud de su ociosidad.

 

Rafael Barret