EDITORIAL

ABARLOAR

Redacción

 

¡Qué prensa la nuestra! A fuerza de repetir, nos lo creemos y, acostumbraditos como estamos, vemos muy natural que un tiro disparado al aire mate a una persona situada a 10 o 15 metros horizontales del tirador. Todo es posible en este país de los milagros.

El 20 de mayo de 2000, el guineano Fonseca muere en la comisaría de Arrecife lleno de moretones. Para la oficialidad, muerte natural. Para un forense de gran prestigio, muerte violenta. Viaje del Ministerio del Interior, conversaciones, otros forenses...Sí, sí, muerte natural...

El 30 de mayo de 2001 (¡fatídico mayo!), a las nueve de la noche y a una milla del faro de la Entallada (Sur de Fuerteventura), con la mar "bella", "echada" o de cuantas maneras los marineros quieran significar la mar en absoluta calma, una patrullera de la guardia civil aborda una patera de inmigrantes que vuelca con el resultado de 15 subsaharianos ahogados. En la foto de EL PAÍS y acompañando a un superviviente invadido por la pena, dos guardiaciviles con el rostro camuflado, irreconocible, como en cualquier operación antietarra o contra la kale borroka: la jefatura del "Instituto armado" prohíbe a los números intervinientes en el abordaje hablar del caso.

Secreto de sumario: no desmentir la novela de la versión oficial. El juicio de los marineros es otro: la patrullera no abarloó, no se deslizó suave, a motor parado. En consecuencia...Pero, veamos la prensa, ¡ah la prensa!: palabritas por aquí, una anecdotuca por allá, pequeñas maniobras de diversión y hacerse el loco. Los marineros...bueno, ellos "creen" pero "no saben". Al fin y al cabo , ¡quince subsaharianos!, ¡bah!

Sin embargo, desde otro costado, gentes de otra sensibilidad no pueden por menos de sentir escalofríos ante el tema y de reflexionar sobre el papel de la prensa en general, y el de ella precisamente en la "era de la comunicación". Es claro que el periodismo, tanto si se trata de grandes empresas como de pequeñas y medias, no puede dejar de estar sometido a las férreas leyes del capitalismo: pez grande/pez chico, expansionismo, trusts, cártels, opas, imperios mediáticos...Siempre la prensa fue la sombra de la política, como ésta lo fue de la economía, pero nunca la prensa fue tan descaradamente servidora de ambas como en la era actual. Las consecuencias de ello son de una terrible perniciosidad para la salud mental del ciudadano. Es una necesidad del sistema: las mentalidades medias se moldean con espantosa facilidad desde las imágenes de la pequeña pantalla, por el incesante martilleo de las radios o a través de los titulares y destacados de la prensa escrita. Cualquiera hoy sabe esto.

En la época en que los estados totalitarios hacían este descubrimiento y los discípulos de Göebels ponían en práctica y a su servicio la instrumentación mediática, las potencias democráticas facilitaban las denuncias del tipo de la de Zielinsky (Le viol des masses par la propagande), en nombre de los derechos ciudadanos y de la libertad de conciencia. Cuando los totalitarismos de los años treinta fueron superados y la totalitación se hizo democrática, ya no hay barreras, ni liminares ni subliminares, activas o pasivas, que pongan coto a los usos y abusos mediáticos. Garaudy, Chomsky, Guillén y otros ilustran acerca de los ardides técnicos de esta práctica. Pero esto le importa poco al sistema que sabe que tales discursos no alcanzan a las grandes masas. El caso es que la prensa en sus diversas formas es una pieza más del sistema como cuarto poder, acorde con los otros tres poderes y dispuesta a jugar bien el papel que se le confía.

En una situación de "totalitación" democrática, todo debe estar prevenido, ya que lo importante es la estabilidad del sistema y cualquier espontaneidad imprevisible es peligrosa. Y si la espontaneidad es peligrosa, la libertad debe ser obligatoriamente condicionada desde una interioridad inducida por la plastificación de formas mentales. Esa es la tarea, no exclusiva pero sí hegemónica de la prensa: moldear convenientemente el 10 por ciento de "acción" ciudadana, inexcusable en un estado de urnas, para jugar a fondo, en forma de espectáculo, la carta de la pasivización del otro 90 por ciento de un ciudadano destinado a ser democráticamente espectador.

Hubo un tiempo en que el "periodismo de investigación" se ponía al servicio de la verdad (casos GAL, Lasa y Zabala...). Puro espejismo. Se trataba sólo de competencia entre "rivales" del mismo sistema: echar abajo un gobierno para poner otro que, mediando "pactos de Estado", iba a hacer lo mismo que el anterior pero con mayor intensidad y refinamiento. Y, sin enemigos políticos, tampoco mediáticos. Prensa una y grande, robusta y uniforme, igual a su igual, como tiene que ser para que el Estado sea firme, robusto y estable. Sordina pues al run run, pelillos a la mar, y a vivir que son dos días .

Pero ¿y los periodistas? Ellos son obreros de su empresa como los mineros o metalúrgicos de las suyas. Y, a veces, individual o colectivamente, los obreros se levantan. Las instituciones enseñantes condicionan, pero hubo un Fray Luis, un Feuerbach, un Giner, un García Calvo, un Aranguren...Y hubo también periodistas que llevaron su honestidad profesional hasta el pelotón mismo de ejecución, y los hay todavía, muy escasos, pero los hay. Asusta, sin embargo, la condescendencia del cuerpo conjunto con el sistema. Y asusta tanto más cuanto que lo negativo de su práctica tiene efectos más demoledores que otras prácticas igualmente negativas. No se trata ya del "peine de los vientos". Asusta sobre todo que, adormecidos por la prensa , en este país nadie se escandalice de que haya presos de primera, de segunda y hasta de quinta, y de que aquí los muertos sólo se valoren en razón de su capitalización política. Parece como si sólo unos muertos hayan sido de carne y hueso y los demás fueran o hayan sido de plástico. Hay una buena cantidad de gente empeñada en seguir creyendo que éste es todavía un país y no una pocilga.