EDITORIAL

El estado de la "cuestión"

Redacción

 

"Todo pasa y todo queda". Esta frase, que más de una vez fue utilizada para servir de condensación expresiva de profundos discursos cosmológicos, filosóficos o existenciales, parece que puede emplearse con mayor rigor aun en el campo de la política. Y, concretamente, en estos días pasados, algunos, más avisados o con más tiempo para seguir el desarrollo del juego, pudieron percatarse de ello en el espectáculo ritual del llamado "Estado de la nación". Y decimos "algunos" porque la inmensa mayoría de "juanes" españoles cambió aburrida la pantalla de lo para ellos incomprensible, o se preguntaría, como "El Roto", ese inteligente retratista social: "¿de qué nación están hablando?".

En un acto semejante de marzo de 1991, el novicio Aznar se empleaba a fondo contra el eslogan electoral socialista, "El cambio, para que España funcione", y manifestaba que, de cambio, nada, y, de funcionamiento, menos. Lo tenía todo muy fácil como acompañamiento argumental precedente a su petición lapidaria, "Váyase, señor Presidente", y a la vez sentaba las bases de su eslogan favorito tras su victoria electoral del 96, "España va bien". Y lo tenía fabulosamente fácil porque la cultura del "pelotazo", iniciada por el binomio socialista Boyer-Solchaga, era ya muy visible en los comienzos de los 90s. como ciénaga de corrupción. La suciedad había salpicado públicamente a altas cúspides de partido, gobierno o cargos administrativos: Filesa, Macosa, Intelhorce, Siemens y un larguísimo etcétera estaban en los titulares de los periódicos, en los papeles de los juzgados y andaban en lenguas de todo quisque. El ingenuo - y nuestro pobre pueblo, cegado como parece por todos los instrumentos mediáticos, lo está siendo - pensó que el cambio mejoraría la situación social, la atmósfera política y la moral de los comportamientos. No supo aplicar a la política el alcance real del aforismo "todo pasa y todo queda", y siguió prendido en el engaño. Aznar se aupó en el poder y, sin mover apenas los labios por aquello de dar sensación de frialdad, ecuanimidad y dominio de sí mismo, fue dictando situaciones que dejan empequeñecidos en negatividad los comportamientos del trecenio socialista. Las restrictivas reformas laborales, las leyes de represión de la libertad de expresión ("o conmigo o contra mí"), las leyes de abuso del menor, las de represión del inmigrante, la justificación de los abusos policiales, los todavía semienmascarados atentados contra la libertad de asociación, los cambios de decisiones judiciales, de la noche a la mañana, en cuestiones ingratas al gobierno, la crueldad de los reglamentos y comportamientos penitenciarios etc. van poniendo de manifiesto eso, lo que pasando queda o lo que quedando pasa, en dos aspectos fundamentales: en el de la "democracia" como fascismo reciclado, y en el de la exageración dogmático-formal de todo converso. Es visible para cualquiera la acumulación de poder presidencial en cualquier terreno, y es notorio que Aznar lo sigue teniendo todo heredadamente fácil, pues, cuando la necesidad y la formalidad le lleva a la conveniencia del consenso, lo tiene con la gorra el obtenerlo de un oponente político a quien se tiene bien agarrado por las regiones escrotales, de modo que una operación de consenso es, en el fondo, una operación de chantaje. No se puede hacer una política independiente con la espada de Damocles permanentemente encima de la cabeza, y esa espada se llama: "señor, la cárcel le espera", o, si, como habitualmente sucede, se asiente a la amenaza, la espada embota momentáneamente su filo y se convierte en: "no es bueno que un ex-ministro del Interior entre y salga de la cárcel a cada momento". ¿Cuántos socialistas condenados por corrupción política están en la cárcel, mientras que insumisos, que simplemente rechazan en conciencia las armas y la PSS, siguen encarcelados o inhabilitados?

Todo pasa y todo queda. El sistema de herencias políticas en el marco del capitalismo que caracteriza a la democracia formal produce y favorece endémicamente la corrupción, cuestión que se convierte en arma circunstancial de ataque alternativo o en alianzas, formalmente contra natura, pero de fondo perfectamente connatural. Esto explica, a más de otras cosas, que los que un día fustigaron acerbamente el proceder, en casos de corrupción o ventajas políticas, de los fiscales generales del Estado puestos por el PSOE, hoy, sean también defensores acérrimos de la vinculación legal de ese cargo al gobierno y echen el resto en la defensa incondicional de las decisiones (ilegales, según el Fiscal Anticorrupción) de Jesús Cardenal, su propio fiscal general, para la exculpación del ministro Piqué en el caso de corrupción de ERCROS, o pongan bajo su ala protectora al ministro Mata, prevaricador adquiriente con dineros públicos de votos de residentes en el extranjero, según rezan las acusaciones que sobre él recaen. Y ello explica igualmente que populares y socialistas pactaran, para el último debate sobre el Estado de la nación, el no mencionar ni una brizna del tema de corrupción, ya que ambos iban a salir, con ello, bien enmierdados y, junto a ellos, el sistema. En cuanto al carácter global de la corrupción, recomendamos que se preste atención al estudio general del tema que hace Transparency International que sitúa a España, para este año, en el puesto 22 de los países corruptos.

Tiene, pues, razón el comentario de "El Roto" (EL PAÏS 28-06-01) al acto del Estado de la nación: " - Oye, el debate ¿sobre qué país es?. - ¡Sobre el de ellos, sobre cuál iba a ser! "

Por nuestra parte, decimos como Hamlet: Esta es la "cuestión".