Índice General  Portada  Contraportada  Agenda  Actualidad  Sociedad  Gaceta Sindical  A.I.T.  Mundo  Ecología  Buscando el Norte  Opinión  Ocio Cultura  Vida confederal  Comunicados

Índice General

Portada

Contraportada

Agenda

Actualidad

Sociedad

Gaceta Sindical

A.I.T.

Mundo

Ecología

Buscando el Norte

Opinión

Ocio Cultura

Vida confederal

Comunicados

Fotografía: Eduardo Rodríguez Ochoa

El antiterrorismo como coartada

Redacción

 

En tiempos, a los soldados de los ejércitos vencidos se les mataba en masa, simplemente, o bien, para evitar el trabajo de los enterramientos, se les sacaban los ojos o se les seccionaban los tendones de las corvas, también masivamente, de forma que se volvieran inservibles para el combate, a la vez que ejemplos vivientes para el escarmiento, es decir, cuadros de propaganda viva. Todo ello, claro, reservando, siempre que fuera necesario, el porcentaje que, en régimen de esclavitud o servidumbre, tuviera por destino el allegar o procurar los bienes de la economía y los servicios.

Hoy, por medio de bombas atómicas o derivados, se mata a medio millón de personas de una tacada, ensañándose, más que nada, sobre las poblaciones por aquello de que el terror civil es más operativo, pero, sin descartar la muerte masiva de prisioneros, declarada y comunicada, tanto cuantitativa como cualitativamente, tan sólo en la medida en que pueda, a la vez, ser afirmada y desmentida por igual (el juego simultáneo del destape y la ocultación sirve, a las mil maravillas, a la manipulación psicológica, pues, a la vez que produce el terror deseado, impide también la utilización política del hecho).

Antaño, la mujer era forzada a someterse a vejámenes sexuales por el derecho feudal de pernada, frente al cual, fue apenas una anécdota sin transcendencia el gesto de la revuelta de Fuenteobejuna. Hoy, bajo el imperio del Dios-dinero, los objetos de la sexualidad, del género que fueren, son la materia prima de crematísticas redes de especuladores de la miseria y la necesidad.

Ayer, los siervos de la gleba, forzosamente adscritos al terruño de por vida, traían argolla al cuello. Hoy en día, dejan de llevar tal distintivo y ya no están adscritos a la tierra, por el contrario, se los exilia de los campos al hambre y los azares ciudadanos, haciéndolos volver, con mecánica contumacia temporera y de forma siempre muy malpagada, tan sólo para recoger los frutos de cosecha que los dineros del hacendado engorden.

En el anteayer griego o romano e incluso en el de las ciudades medievales, al inmigrante, en forma de meteco, proletario o de simple evadido de la gleba, se le vetaban ciertos derechos vernáculos, pero no se le negaba el derecho al trabajo y a la subsistencia. Al día de hoy, a individuos de esa condición no sólo se les niegan derechos sociales o políticos comunes, sino que se les niega el puro y básico derecho a trabajar y subsistir y hasta el derecho mismo de entrada, convirtiendo los aledaños del acceso en gigantescos cementerios submarinos.

Se podría seguir con otras comparaciones por el estilo de las situaciones citadas, para llegar a la conclusión de que, mutatis mutandis, el mundo sigue yendo por los caminos de antaño, algo cambiado el piso y el paisaje, pero, en sustancia, por el camino mismo. Un camino de muerte, de explotación, de injusticia, de opresión, de dominio, de abuso y sometimiento, de indignidades y vejámenes, un mundo de mentira y falsedad. Pero un número muy importante y creciente de gentes, por entre la pasividad mayoritaria, vienen pensando, ya de mucho atrás, que es ya hora de cambiar no ya los engañosos aspectos del piso y el paisaje del camino, sino el camino mismo. Que es hora de marchar de otra manera.

La situación conjunta, político-social, definida por todos esos caminos recorridos sin solución de continuidad viene llamándose «sistema». Sus alteraciones , aparente y engañosamente profundas, pero inesenciales en el fondo, porque no alteran el hecho del dominio, sino sólo el sujeto del mismo, vienen diferenciándose unas de otras con el nombre de «régimen» (ancien/nouveau régime). Dado que todas esas situaciones sólo se originan y mantienen por la razón de la fuerza, se constata que no hay posibilidad de paso de un régimen a otro sin la intervención opuesta de una fuerza superior. Eso es lo que la historia enseña, y a tal histórico fenómeno, en las crónicas, se le viene denominando «revolución»..

Desde cierta óptica de cambio revolucionario, se entiende que el paso de un régimen a otro no viene alterando esencialmente el camino, porque se trata de la sustitución del poder de una clase por el de otra, y que de lo que se trata es de anular el hecho mismo del poder, o sea, no de sustituir una clase pudiente por otra, sino de anular el sistema de clases. La diferencia entre los que pretenden esa finalidad se establece en la matización y valoración de la génesis y modalidades de la fuerza necesaria para el cambio y de las formas de su aplicación . Se estima por ciertas esferas como válido el carácter individual del acto violento, tanto desde la consideración del sujeto como desde la del objeto de la violencia. Tal acción pretendería llevarse sobre personas tenidas por responsables de grandes calamidades y crímenes sobre los pueblos, y sus ejecutores pasarían ante éstos como «héroes vengadores» de los mismos. En este capítulo, podría encuadrarse el nihilismo ruso de la Zemliá i Svoboda («Tierra y Libertad») o de la Naródnaia Volia («Voluntad del pueblo»), o también la consigna de «la propaganda por el hecho» surgida del Congreso anarquista de Londres de 1881. No lejos de esta valoración del hecho violento, estaría no ya la concepción de éste como acto individual, sino de grupos de individuos organizados según modelos, tácticas y estrategias de carácter más o menos militar. Éstas serían, por poner algunos ejemplos, las formas de adopción de la guerrilla campesina, típica de Latinoamérica (Bolivia, Colombia, Nicaragua, Guatemala...), o la de carácter urbano, también allí (tupamaros, montoneros...).

Farga Pellicer y los representantes españoles que asistieron al mencionado Congreso de Londres de 1881, entendieron, y así lo trasladaron a España, que la «propaganda por el hecho» no debía tener un carácter individual, sino de acción de masas, lo que equivalía a cambiar la acción sobre las personas por la acción sobre las diferentes estructuras materiales e ideológicas del sistema. Se trataba, pues, de hacer de la clase obrera como tal el sujeto revolucionario. Fue así como se decidió, en febrero de 1881, la liquidación de la estructura clandestina de la FRE y la constitución en septiembre del mismo año de la FTRE que habría de resistir la acción represiva de los gobiernos hasta 1888, multiplicando grandemente los efectivos de la clase obrera y campesina y haciéndose tan eficiente en estas luchas que el Estado se vio obligado a inventar contra ella el escandaloso y criminal montaje de la Mano Negra, sin poder impedir el crecimiento y la tensión de la fuerza proletaria, según se hizo visible en los sucesos de Jerez de 1892 y en las acciones que, bajo las arengas de Fermín Salvochea, se hicieron sucesivamente en favor de las vindicaciones horarias de los «héroes de Chicago». Conocido es de sobra el desarrollo posterior de esta línea estratégica, en la que se trata, fundamentalmente, de mantener a la clase obrera al margen de toda forma de integración en el sistema, de mantener viva la conciencia revolucionaria por medio de la crítica racional permanente y de la acción práctica consecuente con ella, así como de constituir, permanentemente, el factor dialéctico-negativo del sistema mismo, lo que, dentro y por encima de los altibajos de la lucha y del juego mecánico de acción/reacción, y mediando las oportunas circunstancias subjetivas de la clase trabajadora, así como las objetivas de carácter histórico, no podrá dejar de terminar por poner al sistema ante su crítica, crucial, flagrante y mortal contradicción interna, frente a un enemigo con todas las capacidades de organizar un mundo nuevo, un enemigo al que, en el momento de la confrontación crucial, no podrá superar ni en fuerza física, ni en tensión moral ni en capacidad de creación.

Sucintamente contemplada, la situación actual del sistema capitalista aparece como una situación que se debate en el seno de una crisis estructural profunda, de la que el mismo sistema es consciente. El fenómeno de mundialización, al que el capitalismo estaba, de antemano, estructuralmente abocado, le hace exhibir dos facetas de sí mismo contradictorias entre sí: de un lado, su inimaginable dominio tecnológico de artefactos para construir y destruir, y, de otro lado, su profunda debilidad en lo que respecta a las bases últimas de la economía, a la sustentación político-social y a los fundamentos ideológicos básicos en que pretende basarse, a saber, libertades e igualdad de derechos. A los enemigos básicamente internos en origen se suman todas las víctimas externas acumuladas en su etapa imperialista. Demasiados enemigos para una situación de crisis inédita en su historia. El capitalismo se siente en peligro y decide huir hacia adelante: guerra permanente en el exterior, persecución social permanente en el interior. Se ve obligado a mostrar la violencia interna que esencialmente lo constituye. La democracia actúa, de hecho, como dictadura. Excusa: razón de Estado, necesidad de pervivencia. Pero una contradicción crucial, en democracia, debe ser siempre disfrazada ante los ojos de los bienpensantes. Aquí es donde juega su papel el terrorismo y su corolario anti. Las diferentes estrategias armadas fueron siempre tratadas por el capitalismo según conveniencia y oportunidad política: los resistentes kosovares son patriotas armados hasta que la necesidad de negociar con Macedonia convierte aquella primera calificación en la de «terroristas» peligrosos. Los luchadores por la independencia de Chechenia fueron siempre, para los rusos, criminales, y, para los occidentales, valientes guerrilleros, hasta que hubo necesidad de atraerse a Rusia en la lucha «antiterrorista» contra Afganistán e Irak. Los miembros de ETA fueron, para los norteamericanos, «independentistas vascos» hasta que Bush necesitó de Aznar manos libres en el manejo de sus bases en España. Lo mismo, así o de otro modo, ocurre en el tratamiento de los kurdos....Pero la prueba fundamental de que el antiterrorismo sólo es el alibí,la excusa o coartada de la acción defensiva a ultranza de los privilegios del capitalismo, a costa y por encima de sus «principios» de libertad, es que sus acciones represivas con miras de disolución, van fundamentalmente dirigidas contra organizaciones y movimientos que no participan de estrategias armadas, pero que, en el ejercicio de su libertad, aspiran y luchan, sin compromiso alguno con el sistema, por un cambio cualitativo de la sociedad, por hacer un camino nuevo andando de otra manera. Tal es el caso de la acción gubernamental contra las organizaciones o movimientos anarquistas que se vienen dando, en los últimos tiempos, en Cataluña, Valencia, Málaga y en diversos puntos de la geografía española. Y mucho más grave y sintomático el proceso mediático concertado de satanización de esos mismos movimientos que se viene observando. Se trata por parte del gobierno, y por el procedimiento de deformación figurativa y de ocultación de causas y razones, de crear en las mentes de los ciudadanos las imágenes previas necesarias para que el hachazo fatal disolutivo sea contemplado y juzgado por las gentes como algo normal que está, sin más, en la naturaleza de los hechos. Goebbels, maestro de Franco, sigue, al parecer, siendo maestro también de los poderes imperantes hoy.

Arriba lucha antifascista

 

 Índice General  Portada  Contraportada  Agenda  Actualidad  Sociedad  Gaceta Sindical  A.I.T.  Mundo  Ecología  Buscando el Norte  Opinión  Ocio Cultura  Vida confederal  Comunicados