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Sobre las críticas de los "consejistas" al anarcosindicalismo

Oliveira

Ciertas personas de nuestros medios, unas, basándose en concepciones y análisis de corrientes marxistas "radicales" (consejistas, situacionistas, etc), otras, en nombre de un purismo meramente formal, se oponen al anarcosindicalismo. Particularmente, las que son influenciadas por concepciones marxistas consideran el anarcosindicalismo como algo sobrepasado históricamente.

En este artículo vamos a analizar las posiciones marxistas referidas, sobre la cuestión sindical, en general, y sobre el anarcosindicalismo, en particular. Las corrientes marxistas anti-sindicalistas tienen su origen en el pensamiento del célebre científico y marxista holandés Anton Pannekoek. Además del carácter revolucionario de las actitudes que asumió ante hechos importantes, por ejemplo, su posición frente a la guerra de 1914/18, los análisis y críticas teóricas de Anton Pannekoek poseen aspectos positivos. Sus críticas del "socialismo" de Estado, de la dictadura leninista, de los sindicatos reformistas y de los partidos políticos llamados socialistas o comunistas, son algunos aspectos coincidentes con los nuestros. Aunque sea verdad que la obra de Anton Pannekoek llevó a muchas personas a romper con concepciones y prácticas autoritarias, aunque en sus escritos se manifieste claramente una tendencia libertaria, no debemos dejar de tener en cuenta las limitaciones de la corriente marxista consejista y sus divergencias con el movimiento anarquista, cuyo origen profundo reside en concepciones filosóficas y visiones de la historia distintas.

Aunque considerase, no sólo a los partidos políticos "obreros", sino también a los sindicatos en general, organizaciones necesariamente reformistas y, por consiguiente, incapaces de realizar la revolución social, aunque haya hecho un análisis interesante de la integración de los partidos "obreros" y sus apéndices sindicales en el sistema capitalista, a pesar de haber mostrado con claridad la transformación de estas estructuras políticas y sindicales en organizaciones completamente externas a los propios trabajadores y en fuerzas de la contrarrevolución, Pannekoek, de acuerdo con su visión dialéctica de la historia, las consideraba como los órganos naturales del movimiento obrero en una determinada fase histórica, o mejor, como órganos de la lucha de clases que el proletariado estaba obligado a constituir en la fase inicial del desarrollo capitalista. Para Pannekoek, los partidos políticos socialdemócratas y los sindicatos reformistas, aunque fuesen inapropiados para una "época de revoluciones proletarias", eran categorías históricas, necesarias e inevitables, del movimiento obrero. En su opinión, estas organizaciones reformistas habían desempeñado un papel histórico positivo e indispensable. Para nosotros, está claro que Pannekoek, de acuerdo con su visión determinista de la historia, según la cual la voluntad de los individuos es algo irrelevante, fue forzado a escamotear y hasta a deturpar el papel revolucionario que las asociaciones sindicales, inspiradas en las concepciones anarquistas, han desempeñado en las luchas sociales de los trabajadores. Sus concepciones sobre el movimiento obrero manifiestan también que no comprendió el verdadero significado de la lucha que, en el seno de la 1ª Internacional, enfrentó Bakunin con Karl Marx; que opuso a los partidarios de la acción directa, del federalismo y de una lucha planteada únicamente en el terreno económico y social frente a los defensores del centralismo, de la mediatización de las luchas obreras y de la intervención política.

Considerando los partidos políticos "obreros" y los sindicatos reformistas como componentes de un "viejo movimiento obrero", Pannekoek veía en los consejos obreros y en los órganos creados por las "huelgas salvajes" y otras luchas "espontáneas", que se verifican al margen de los sindicatos, la expresión de un nuevo movimiento obrero, la expresión de un movimiento propio de una nueva época, que se inicia, para él, con la revolución rusa. Para Pannekoek, los consejos obreros, considerados como si fueran simplemente la expresión de la unidad de la clase proletaria en una determinada época histórica, eran los órganos, no sólo de la lucha proletaria revolucionaria, sino también de la llamada dictadura del proletariado. Considerando a los partidos leninistas, llamados comunistas, como si fuesen, desde el punto de vista de la revolución proletaria, esencialmente idénticos a los partidos socialdemócratas, considerando innecesaria y hasta nociva la creación de un nuevo tipo de "partido político del proletariado", Pannekoek proponía, sin embargo, un trabajo de clarificación teórica, llevado a cabo por grupos informales. Habiendo verificado que las "luchas salvajes" o también espontáneas de los trabajadores no son necesariamente revolucionarias, habiéndose apercibido de que la eclosión "espontánea" de un vasto movimiento insurreccional de las "masas proletarizadas", un movimiento de revuelta no encuadrado por las burocracias políticas y "sindicales", no es una condición suficiente para el éxito de la revolución social, habiendo comprendido la importancia de la lucha de ideas, Pannekoek atribuía a los referidos grupos informales la función de ir a hablar a los obreros. Para nosotros, esta expresión es bien significativa. Muestra que Pannekoek poseía la misma concepción filosófica reaccionaria que Lenin defendió en su libro "¿Qué hacer?", según la cual la teoría y la práctica, el espíritu y la materia, son realidades separadas. Aunque hubiesen manifestado posiciones muy diferentes sobre diversas cuestiones relacionadas con la "revolución proletaria", tenían en común una concepción filosófica antimaterialista y ambos definían la acción sindical de los trabajadores como una práctica necesariamente reformista. La diferencia esencial residía en lo siguiente: mientras Lenin, afirmando que los obreros no eran capaces, por sí solos, de adquirir una conciencia revolucionaria y socialista, esto es, de sobrepasar el nivel de conciencia llamada tradeunionista , defendía el encuadramiento de los trabajadores en el partido de los "revolucionarios profesionales" y la instauración de una dictadura de la "intelligentsia" marxista, Pannekoek , a pesar de oponer a la dictadura del partido el poder de los consejos obreros, atribuía a los intelectuales "comunistas" una función pedagógica, la función de educar a los obreros. Ciertos grupos e individuos, provenientes de la ultra izquierda, intentando superar la limitación filosófica del maestro, pasaron a defender aquello que designan como movimiento social forzoso. Para estos marxistas, el desarrollo de las fuerzas productivas alienadas forzará al proletariado, quiera éste o no, a destruir las relaciones sociales capitalistas y a instaurar el comunismo. Estos deterministas delirantes atribuyen a los intelectuales marxistas, a los que ellos designan como revolucionarios, una función más modesta: la de expresar o reflejar teóricamente las luchas que los proletarios están forzados a emprender. Todos estos delirios teóricos de los marxistas, que, como es evidente, no ponen en causa uno de los aspectos esenciales de la sociedad jerárquica, la división entre el trabajo llamado manual y el trabajo llamado intelectual, sirven a ciertos intelectuales para justificar su participación en una causa, la revolución social, que piensan que no les tiene respeto, o hasta, en algunos casos, para apaciguar su mala conciencia.

A las críticas que los marxistas de consejos y otros marxistas "espontaneistas" hacen al anarcosindicalismo, tenemos que decir lo siguiente:

- Uno de los errores fundamentales de los marxistas reside en el hecho de oponer luchas espontáneas a acciones conscientes y organizadas; reside en el hecho de considerar la actividad teórica, la propaganda, la concientización de los trabajadores y el trabajo organizativo como dominios separados de la acción en sentido estricto, como actividades de especialistas. En realidad, en el campo marxista existe una gran variedad de especialistas: organizadores de las luchas de los otros, teóricos de prácticas ajenas, guerrilleros profesionales, burócratas profesionales, etc. En el ámbito de los especialistas teóricos, tenemos los leninistas, que, considerándose los monopolizadores de la teoría revolucionaria, procuran por cualquier medio arrastrar tras de sí al "rebaño obrero"; tenemos a los pannekoekistas y luxemburguistas que procuran introducir las ideas revolucionarias en el seno del movimiento obrero; … y hasta tenemos a los situacionistas del Sr. Débord que, poseyendo, según ellos, la más moderna teoría revolucionaria, no pretenden descender al nivel de las "masas proletarias", sino que aguardan a que éstas suban hasta el "elevado" nivel teórico en que ellos se encuentran. Es patente que, para todos ellos, la "teoría del proletariado" es algo que surge fuera de la práctica social de las clases proletarizadas.

Para nosotros, anarquistas, el verdadero movimiento espontáneo de los trabajadores, esto es, aquel que es, en la realidad, una consecuencia de su propia voluntad y corresponde de hecho a sus intereses reales, económicos, sociales, culturales, etc., no necesita de ser organizado por alguien que le sea exterior, pues su existencia manifiesta, por sí sola, la capacidad de los explotados de auto organizarse. Para nosotros, anarquistas, los trabajadores no precisan ser concientizados por cualquier tipo de benefactores del pueblo; ellos se autoconcientizan a través de la acción directa y de la propaganda que surge en el propio seno de su movimiento práctico y asociativo, o sea, a través de sus luchas espontáneas y de la propaganda que sus variados órganos de acción directa (sindicatos revolucionarios, grupos de afinidad, etc.) llevan a cabo. Aquellos que participan en el importante trabajo de clarificación teórica y de propaganda, son parte directamente interesada y empeñada en la lucha revolucionaria: teorizan su práctica y practican su teoría.

Las personas, "intelectuales" o no, que, provenientes de las clases privilegiadas, participan en el movimiento libertario, no poseen en éste ningún estatuto o papel especial. Son personas que, habiendo roto con su situación social de origen, combaten, coherentemente, un juego social que también los oprime y que odian.

Para nosotros, anarquistas, las acciones promovidas y organizadas por asociaciones autónomas de trabajadores, que tienen como objetivo final o global la revolución social, igualitaria y libertaria y que se asientan en los principios defendidos en la 1ª Internacional por Bakunin y otros, esto es, por organizaciones que no poseen en su seno ningún tipo de burocracia, son tan espontáneas como las "huelgas salvajes" elogiadas por los consejistas. Además: las luchas de las organizaciones anarcosindicalistas son, con certeza, manifestaciones de una acción directa más eficaz y consecuente, desde el punto de vista revolucionario, que las "luchas salvajes" tan pregonadas por los pannekoekistas. En cuanto a estas últimas, son, en su casi totalidad, acciones aisladas, que no sobrepasan el ámbito de las luchas con objetivos parciales – intereses inmediatos de una clase particular de los trabajadores, y que no poseen todos los medios orgánicos necesarios para el desarrollo de la guerra social (órganos de autodefensa apropiados, órganos de coordinación y solidaridad, de información y propaganda, etc.) - ; las primeras se integran en un movimiento debidamente organizado, para el cual la unión solidaria de los trabajadores del mundo entero y la autocapacitación de éstos para las tareas de la revolución social constituyen aspectos esenciales de su orientación general.

Constituyendo una respuesta de los trabajadores a las "traiciones" de las burocracias sindicales, las referidas "huelgas salvajes" surgen en los periodos, o en las regiones, en que el movimiento anarcosindicalista es muy débil. Aunque las "huelgas salvajes" sean un fenómeno social muy positivo, pues constituyen una negación práctica de la mediatización de las luchas obreras por los burócratas sindicales, son, manifiestamente, insuficientes. Llega hasta a ser ridículo que ciertas personas elogien tanto las huelgas llamadas salvajes y omitan el papel revolucionario que el movimiento anarcosindicalista ha desempeñado. ¿Demostraron los intervinientes en las "huelgas salvajes", que han eclosionado, en las últimas décadas, en los países más industrializados, poseer algo comparable al espíritu revolucionario, al espíritu de solidaridad y a la combatividad que tuvieron, por ejemplo, los trabajadores de la CNT que desencadenaron, durante décadas, sucesivas huelgas generales e insurrecciones?¿O comparable a la que tuvieron los trabajadores de la CGT portuguesa que desencadenaron la huelga general contra la fascistización de los sindicatos?. No seamos ridículos.

- Si surge una situación insureccional, sin existir en el seno de las clases explotadas un número significativo de individuos, organizados y capacitados para las tareas, destructivas y constructivas, de la revolución social, y, por tanto, sin existir todavía un movimiento organizado con una larga experiencia de luchas, las "masas" insurgentes serán inevitablemente vencidas. O son aplastadas por la contrarrevolución armada, o se transforman en una especie de argamasa de un nuevo despotismo, en un mero instrumento de edificación de un nuevo Estado, que se puede llamar "popular", o "proletario", o incluso nacional-socialista. Los consejos obreros y otros órganos llamados de democracia directa, formas asociativas que aparecen en una situación revolucionaria, sobretodo cuando no existe una organización anarcosindicalista suficientemente grande, órganos sin ideología y objetivos revolucionarios bien definidos, son fácilmente infiltrables y manipulables por los partidos políticos. Éstas son las conclusiones que se sacan, por ejemplo, del estudio de la revolución rusa, en la cual los soviets se transformaron, primero, en "parlamentos obreros" y, después, en un mero ornamento de la dictadura bolchevique. Algo parecido se verificó, recientemente, en Portugal, con el vasto movimiento social que eclosionó después del "25 de Abril". Las llamadas comisiones de base (comisiones de trabajadores y de vecinos) se transformaron rápidamente en un mero pretexto de la acción de los partidos políticos.

Para comprender bien esta cuestión, es importante comparar la revolución rusa con la revolución española. Mientras que, en la primera, los trabajadores, organizados en soviets y en comités de fábrica , demostraron una gran incapacidad en el dominio de la acción revolucionaria constructiva, habiendo cedido rápidamente su lugar al partido llamado comunista, o sea, habiendo sido fácilmente derrotados por una de las formas de la contrarrevolución burguesa, en la segunda, los obreros y campesinos , asociados en la CNT, en la FAI, y en las Juventudes Libertarias, además de haber aguantado , durante tres años, una guerra desencadenada por una poderosísima y multifacética contrarrevolución mundial, realizaron una obra revolucionaria constructiva que ningún pueblo, hasta hoy, ha sido capaz de igualar. La instauración del Comunismo Libertario en amplias regiones de España, en las cuales hasta se llegó a hacer hogueras con el dinero, y la autogestión de las industrias y otras actividades, constituyeron el hecho más grandioso de las historia de la humanidad. Fueron la experiencia y la preparación adquiridas por los trabajadores en el seno del movimiento libertario, a lo largo de décadas de luchas revolucionarias, las que hicieron posible esta extraordinaria obra revolucionaria. Si la revolución española hubiera estallado en una situación internacional favorable, idéntica, por ejemplo, a aquella de la que se benefició la revolución rusa, habría sido imbatible.

Al contraponer a la organización anarcosindicalista los consejos obreros, considerados por ellos como órganos de unidad de clase, los consejistas confiesan tener un concepto abstracto de la clase proletaria, o mejor, que consideran a cada trabajador como un mero miembro de la clase. Prefieren una organización de puros miembros de una clase a una asociación de individuos, que deliberadamente, luchan por liberarse de su condición de esclavos asalariados y gobernados. Atribuyen una gran importancia a la lucha de clases, pero desprecian la acción de los individuos. Ven las clases, pero no ven aquello que constituye su substancia: los individuos de carne y hueso. Éste es uno de los errores fundamentales de todos los marxistas.

La historia real del movimiento obrero mundial no encaja en los esquemas dialécticos de los marxistas consejistas. La teoría según la cual a una fase de lucha necesariamente reformista, en que el movimiento obrero está caracterizado por la acción de partidos políticos electoralistas y de sindicatos reformistas, sucede, dialécticamente, la fase histórica de las revoluciones proletarias y de los consejos obreros, no tiene ningún fundamento real, no pasa de ser una mera especulación hegeliana. En todas las épocas o periodos históricos, se manifestaron en el seno de las clases explotadas, tanto tendencias reformistas y autoritarias, como tendencias revolucionarias y libertarias. En todas las épocas o periodos históricos, se verificó, tanto la existencia de sindicatos reformistas, como la existencia de sindicatos no burocratizados y revolucionarios.

Para nosotros, no sólo los partidos políticos llamados obreros, sino también las centrales sindicales burocratizadas, aunque hayan conseguido, a semejanza de ciertas iglesias y partidos nacionalistas, encuadrar a amplias masas de trabajadores y dirigir muchas luchas de éstos, no son y nunca fueron los órganos de una lucha social determinada únicamente por los intereses específicos de las clases sociales proletarizadas y explotadas. Asentado en concepciones y principios burgueses, organizándose y funcionando sobre la base de principios de la democracia representativa, y constituyendo una forma de mediatización de las luchas proletarias, el movimiento sindical, controlado por la socialdemocracia y por los partidos llamados comunistas, al igual que los sindicatos cristianos, es el producto de la infiltración de elementos burgueses en el interior del movimiento obrero y de la aceptación por parte de los trabajadores de ideas y "valores" de la sociedad en que "viven", nacen y son educados. Sirviendo de base de apoyo a las luchas políticas de ciertos sectores de la burguesía, el movimiento sindical reformista ha desempeñado, desde su inicio, la función de integrar en el sistema autoritario-capitalista a ciertas clases de trabajadores, o sea, transformar a éstas en una clase del Estado.

La verdadera causa de la escisión verificada en la 1ª Internacional fue la infiltración en ésta de elementos burgueses (Karl Marx, Engels, y otros) que procuraron servirse del movimiento obrero para sus fines políticos. Defendiendo el federalismo libertario, o sea, la autonomía de las secciones de la Internacional y su unión sobre la base de pactos libres, y una lucha de trabajadores únicamente en el terreno social, oponiéndose a la dictadura del Consejo General y a la participación de las secciones en la lucha por la conquista del poder político, Bakunin y otros luchaban para que el movimiento obrero no anduviese a remolque de la burguesía democrática. En nuestra opinión, la crítica que Pannekoek hizo a la actuación de la socialdemocracia y sus apéndices sindicales, es extensible a la práctica de Marx y sus amigos. Pannekoek no comprendió esto, debido a su concepción fatalista de la historia, a su "materialismo" histórico-dialéctico.

En realidad, contrariamente a lo que afirman los consejistas y otros marxistas, las asociaciones sindicales revolucionarias no se transforman necesariamente en organizaciones burocratizadas y reformistas, como lo prueba, por ejemplo, la historia de la sección española de la A.I.T.: la CNT. A pesar de los errores cometidos y de los desvíos ocurridos, a pesar de las variadas infiltraciones del enemigo, la CNT continúa siendo aquello que siempre fue: la expresión orgánica de una acción directa, consecuentemente revolucionaria, de los trabajadores españoles. La explicación de este hecho reside en la lucha que los militantes anarquistas han trabado, en las asambleas y congresos de la CNT, en la defensa de los principios y objetivos revolucionarios, que determinaron la aparición de esta organización sindical. Reside, igualmente, en el hecho de que la aplastante mayoría de sus militantes nunca aceptó modificar sus principios anarquistas a cambio de una temporal mayor influencia social.

En suma, sin negarnos a los peligros inherentes al sindicalismo y a la capacidad del sistema en recuperar luchas sindicales, podemos afirmar que la voluntad de los individuos humanos no desempeña en la historia un papel despreciable.

Traduce Blas López

Tomado de Acçao Directa nº 19Arriba lucha antifascista

 

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