EDITORIAL

Aznar, el Blindador o la revancha de Don Francisco

Redacción

 

Hubo un tiempo en que, por obligación política y moral, Europa y el mundo democrático retiraron sus embajadores de la fascista España de Franco. Más tarde, y por razones de la guerra fría, retornaron aquéllos a los lares hispánicos, e, incluso, algunos, como los USA, extendieron, en 1953, esa necesidad de regreso a la necesidad de un pacto armado, en una decisión unilateral que, en su misma esencia, se mostraba como la sucedánea de otra, imposible por razones de decencia política y moral, que comportara un pacto con la OTAN ya fundada desde 1949. En el caso americano, se trataba de un acto corriente en su política exterior, habituada de continuo a entronizar o tratar con dictadores bananeros de mayor o menor entidad, pero habría resultado inaceptable para la ciudadanía de los gobiernos europeos. A aquel pacto siguieron las ayudas del bienvenido mister Marshall, las visitas de Eisenhower y Kiesinger y todo lo demás que se fue concretando en un proceso sucesivo tendente a la adaptación formal del régimen a las apariencias democráticas, tal como se reveló ya en 1957, época del inicio de la ascensión de la influencia política del OPUS, de la que fue entonces primer caballo de batalla el economista Alberto Ullastres. Era el comienzo de un "camino de ida", donde, en esa carrera de formalizaciones, los patrones a seguir eran las tradicionales fórmulas democráticas europeas.

El camino de las adaptaciones formales fue arduo y lento, siendo un paso decisivo aquel en el que el dictador, haciendo que las garantías sucesorias hubieran de pasar por la lealtad a los principios del Movimiento Nacional y al espíritu del 18 de julio, declaraba que no se trataba de una restauración de la monarquía, sino de su instauración, por lo que Franco lamentó por escrito ante el Conde de Barcelona, el sucesor legal de la corona, "la desilusión que pueda causaros". En su testamento, el dictador, que siempre estuvo convencido de "dejar todo atado y bien atado", recuerda al verdadero sujeto de decisión política, sus compañeros de armas, el ejército, que su compromiso, el de ellos, de lealtad con la corona se concretaba exclusivamente a la persona de Juan Carlos, "sin aceptar otros pactos o condiciones".

Del carácter puramente formal del paso "transitivo" hablan claro las propias palabras de Juan Carlos a las Cortes recién instauradas el 15 de junio de 1977: "Las diferencias ideológicas aquí presentes (las de los partidos) no son otra cosa que distintos modos de entender la paz, la justicia, la libertad y la realidad histórica de España". Y quedó claro que aquella reforma iniciada desde las leyes fundamentales del franquismo tuvo un escrupuloso respeto a los principios de legalidad que la habían inspirado, asumiendo los nuevos compromisos sin renegar del pasado franquista ("de la ley a la ley"), como reconoce Fernando Älvarez de Miranda y Torres, exconsejero de D. Juan, en EL PAÏS de 15-05-02, el cual asimismo recuerda que el paso se hizo sin la producción de un referendum popular acerca de la forma de gobierno y régimen.

Una vez afianzado el régimen "transitivo" y recaído el poder del lado de los anteriores fautores políticos instalados en la situación de "pre-transición", aquel "camino de ida", donde el horizonte de la marcha exhibía los modelos foráneos del democratismo formal, parece convertirse ahora en un "camino de vuelta" de impronta hispánica, en el que los patrones ejemplarizantes a alcanzar, los suscitadores de las fuerzas de impulsión política, están atravesados de la más agresiva contumacia castrense, centralista y territorialmente totalitaria, de la más absoluta intransigencia política y del más frío espíritu inquisitorial redivivo en los procedimientos de persecución. Se diría que cierta razón tenía el gallego, que asombraba a Sánchez Mazas con su retranca, en aquello de lo "atado y bien atado", pues esta nueva hispánica cruzada, como réplica a la primera vuelta de democratizar el franquismo, se constituye ahora en ni más ni menos que en un movimiento hacia afuera de franquistización del corral democrático foráneo. Uno se hace cruces por el hecho, pero es así. Podría decirse que Dios los cría y ellos se juntan, pero no cabe duda de que Blair o Busch son puros débiles mentales ante la contumaz insistencia aznarina. Y sigue uno boquiabierto, pero ahí lo tienen ustedes: ¡ presidente universal de la democracia cristiana, y echándoles la mano por encima del hombro a todos los pardillos políticos que merodean por las cumbres !

Mezclando churras con merinas, sometiendo a tortura las palabras y homologando discursos inhomologables, fuerza Aznar una forma de blindaje antiterrorista que homogeiniza a Alqaeda y a la actividad expansionista del fundamentalismo islámico con, verbi gratia, el irredentismo corso o con cualquier movimiento de liberación nacional, todo ello, naturalmente, a beneficio de inventario, es decir, a favor de determinados fueros hispánicos, de tal trágica forma que no se pueda dar lugar a una discusión o planteamiento históricamente objetivo de la noción "España", "pueblos hispánicos" y de las relaciones racionales entre los mismos. El blindaje rebasó el campo policial para extenderse al terreno judicial, de forma que sentencias judiciales con base en cuerpos legislativos arcaicos o retrógrados puedan tener fuerza de coacción y, en consecuencia, de forzar la conciencia de jueces educados en otra mentalidad y con diferente tradición jurídica.

Ahora, y siempre barriendo para casa, se quiere forzar el blindaje en el terreno de la inmigración. Y aquí, una vez más, el campeador Aznar ofrece su espada para llevar a término el cierre radical de la fortaleza europea. Se sigue tratando, en esto, de expandir por el ámbito europeo la excluyente y radical xenofobia de raigambre franquista, heredada, a su vez, de los ínclitos Reyes Católicos, maestros consumados en el arte de expulsar a moros, moriscos, judíos y lo que se terciara: ¡Hay que asegurar las fronteras de la fortaleza a toda costa! Y, para ello, hay aumentar la eficacia de los controles y combatir sin tragua la entrada de ilegales con expulsiones sistemáticas y constantes. La cosa no es difícil: se trata sólo de manejar convenientemente el puente levadizo del castillo europeo y de arrojar a las aguas circundantes unos cuantos miles de caimanes que ya darán buena cuenta de los que osen atravesarlas. Y, para que no falte nada, el prócer recomienda que se penalice a los países que no colaboren en la antiinmigración (otra vez castigar no lo que se hace, sino lo que no se hace). ¿Alguien está pensando en los "amigos" marroquíes de Aznar?

Otra de las perlas de este franquiano intento, a punto ya de ser exportada, dado el bajo nivel cerebral de la actual Europa, es la Ley de Ilegalización de Partidos y organizaciones no bien quistas del Pensamiento Único, pero la guinda del pastel es la que supone la preparación de su acceso al "vértice" (el término es aznarino) del poder político de la Unión Europea. Como el Continente nunca estuvo muy a bien con el altanero imperialismo británico ni con el tenebrismo cavernícola hispánico, se impone, claro, empezar por decir (y así lo dijo Aznar en su discurso de Oxford) que "la idea europea no va contra ningún sentimiento británico o español"...,y, por ello ¿por qué no va a estar su "amigo" Blair, o él mismo, Aznar, en la cumbre justa de ese vértice que rija, hasta por cuatro años prorrogables, los destinos de las naciones continentales? ¡Ni el mismo Napoleón hubiera picado tan alto! Pero algo hay factible de este modo, y, puesto que toda vía apunta a un término, hay que poner todos los medios para que, en ese "camino de vuelta" del que hablamos, vea su culminación la que nosotros estamos seguros de entender como franquistización de Europa. Quizá algo de esto pudiera dar explicación de ciertas renuncias a militancias en arenas políticas nacionales.

En tales trances, alguien dirá, sin duda: "¡que Dios nos coja confesados!"

Arriba lucha antifascista