Opinión

Anarquismo y romanticismo

Shelley

Scrivener

Anarquista en su crítica de la sociedad en sus distintos aspectos, el poeta inglés Percy Bysshe Shelley también lo es en su concepción del cambio social, que traza a partir de tres direcciones: evolución y progreso gradual, apocalipsis milenarista y rebelión personal.

El anarquismo de Shelley debería ser reconocido como uno de los principales componentes de la inspiración de gran poeta romántico inglés. Pero estamos muy lejos de eso y yo creo que se debe a tres motivos. Los críticos de Shelley, como sus conciudadanos, ignoran lo que es el anarquismo y son incapaces de reconocerlo donde quiera que exista. Cuando los críticos admiten la influencia de William Godwin en el poeta, es, sobre todo, para sostener que esta ha sido suplantada después por la de Platón. La mayor parte de ellos no llega ni siquiera a situar a Godwin en una tradición anarquista. En efecto, se considera a Godwin como un pensador marginal, excéntrico, que no está a la altura de la atención de estos respetables estudiosos. Por otra parte, y esta es otra razón, es cierto también que los críticos no intentan ni siquiera descubrir si existe este anarquismo de Shelley. Simplificando se puede decir que existen dos tipos de admiradores de Shelley: los revolucionarios y los estetas y estos últimos precisamente, no se interesan en absoluto de las ideas políticas del poeta. Una tercera razón está, según mi opinión, en el reformismo político de Shelley que, fuera de este contexto, se relaciona con la tradición del liberalismo de Bentham -cosa que no puede ser atribuida más que a la ignorancia o a la ceguera en la lectura de los textos más significativos del autor.

Es cierto que el anarquismo, tanto en la vida como en la obra de Shelley, no se presenta como un sistema coherente, no más, por otra parte, que en Godwin. Es un hecho que a comienzos del siglo XIX, no se puede hablar de un movimiento anarquista consciente y organizado en Europa, como lo será en la segunda mitad del siglo. Dos orientaciones principales son las que caracterizan al anarquismo pre-clásico, uno filosófico, el otro milenarista. El primero se encuentra en Diógenes y los cínicos y también en los taoístas, en diversas teologías heréticas y en algunos filósofos iluministas, entre los que se encuentra precisamente Godwin. El anarquismo milenarista se expresó, sobre todo, en los movimientos colectivos de los creyentes heréticos que aspiraban a un paraíso igualitario en la tierra, con la democracia directa y la supresión de todas las jerarquías sociales y espirituales. Numerosos milenaristas eran incontestablemente anarquistas. Si no se puede hablar propiamente de sistema, en preciso, sin embargo, reconocer la coherencia profunda de los temas, de las ideas y de los ideales anarquistas en la obra de Shelley, notablemente en lo que concierne a su crítica de la sociedad y los proyectos, conceptos y prácticas que él considera gracias a su transformación: crítica anarquista de la sociedad, a partir del triple plano psicológico, político y socio-económico.

En el plano pedagógico, Shelley considera que la naturaleza humana no es corrupta y no necesita ni de autoridad ni de coerción. Las construcciones autoritarias como las monarquías, las aristocracias, los teísmos antropomórficos, las jerarquías religiosas, las supremacías masculinas, etc., representan para Shelley los vaciamientos de sentido en la creatividad humana. Si el hombre los ha creado puede destruirlos, y Shelley, anticipando el famoso análisis de Feuerbach, mantiene que el hombre está en grado de retomar este poder humano que ellos ha sido alienado en manos de sus opresores. Los instrumentos para llegar son la estima de sí, el conocimiento racional y la imaginación liberada. Estima de sí, esto es reconocimiento confiado del propio valor personal, de manera tal que evite un sentido de inferioridad que llevaría a la sumisión a un opresor o una búsqueda de poder como seguridad por el sentido de valor perdido. La razón de su canto destruye los errores de la superstición que han generado los mitos de los dominados. Shelley rechaza los dioses antropomórficos, y sostiene que la razón humana está en disposición de dotar a los hombres de concepciones socialmente eficaces. Su racionalismo no valora, como el de Bentham, una razón instrumental dedicada a la dominación de la naturaleza y erigirse en eje lógico para el desarrollo del capitalismo, por el contrario ejercita en relación dialéctica con una imaginación liberada que ha hecho posible una comunidad humana fundada en el amor y en la igualdad así como en una relación estática con la naturaleza.

Placeres sensuales

La idea central del «Prometeo liberado» es que los hombres, así como han sido creados por Júpiter, pueden destronarlo y fundar una comunidad de iguales basada en el amor. En «Monte Blanco», Shelley afronta el problema de la muerte, de la violencia, de la amoralidad, pero rechaza recurrir a dios, apelando a la imaginación para dar un sentido a un mundo absurdo. En «Hellas» opone el tirano Mahmud, devorado por la preocupación de mantener el poder, al profeta Ahasuerus, cuya sabiduría visionaria es fuente de alegría. El texto, desmañadamente titulado por los editores «Ensayo sobre el Cristianismo»,nos devuelve por boca de Diógenes cínico, un discurso típicamente anarquista del cual extraigo las siguientes citas, que son muy significativas: «Está en el poder de cada individuo suprimir la desigualdad de la que la humanidad entera se duele. Que tome conciencia del propio valor y del notable puesto que ocupa en la escala de los seres morales... Así, adquiridos, en su universalidad, los sentimientos de confianza y de afecto -las distinciones de propiedad y de poder desaparecerán. Para obtener la libertad, la igualdad y la verdadera sabiduría, el hombre debe romper las cadenas del hábito y de la superstición; considerar las acciones y los objetos en su realidad. de esta manera descubrirá la sabiduría del amor universal». En otro fragmento Shelley afirma que si los preceptos de Jesucristo hubieran sido aplicados de verdad «ninguna institución política o religiosa existiría, y cada ser humano sería magistrado y sacerdote de sí mismo.»

La crítica psicológica del autoritarismo de Shelley comporta también un refinado análisis de los efectos de la venganza y del odio, también entre las víctimas de la opresión.

Prometeo no llega a la afirmación moral si no es dejando de odiar a Júpiter -sin, por otra parte, dejar de resistir a su autoridad. Beatriz Cenci, por su parte, se rebela contra la violenta opresión que el padre, uno de los personajes más repugnantes de toda la literatura, ejercida sobre ella. Pero esta rebelión misma legítima tiene algo de corrupto y de opresivo en la medida en la que Beatriz fomenta un complot de venganza, cree en un dios antropomorfo, y justifica su proyecto en términos patriarcales. Y también la búsqueda misma de riqueza y de poder es corruptora, lo que Shelley llama «Mammone». «Adonais» desarrolla intensamente el contraste entre un materialismo a ras de tierra y un idealismo espiritual, el primero descrito como algo limitado, como algo destructivo, efímero; el segundo presentado como la fuente de todos los valores de este mundo. Diógenes afirma lo que Thoreau también aprobaría: «Es a causa de la exaltación y de la búsqueda y del poder, oh humanidad, por lo que tú te has convertido en esclava». «El triunfo de la vida» opone por una parte la fútil persecución de los bienes materiales, del poder y del placer egoísta a la búsqueda plenamente creadora de Eros, por otra.

A pesar de esto no se debe ver en Shelley un idealista ascético. Al contrario: arenga en favor de los placeres sensuales y mantiene, como William Blake, que su represión transforme en lo opuesto una energía esencialmente buena y sana. La represión de Eros produce guerra, como narran el «Prometeo liberado» y otros textos de Shelley. Cosa bien subrayada por Northrop Frye: «Para Shelley, Eros destruirá el mundo si permanece durante mucho tiempo encadenado, y lo creará de nuevo si es libre...» La liberación de Eros no es una simple revolución sexual aunque sí es una verdadera revolución sexual. En el IV acto del «Prometeo» y en algunos poemas como «La nube», Shelley hace del juego erótico la esencia misma de la conciencia milenarista, y en esto está muy cerca al conocimiento de Herbert Marcuse o de Norman O. Brown que ponen la superación de todas las represiones como condición para el pleno florecimiento de todas las potencialidades humanas.

Shelley está más cerca de Paine o de Godwin en su crítica política de las instituciones: estas, a causa de su aspecto coercitivo, destruyen, él mantiene, «los elementos auténticos de la sociedad humana». Distingue vigorosamente entre el Estado y la sociedad -que debería ser llamada, según espera, a reemplazar completamente las estructuras de ciudadanos. Parece que considere un modo de gobierno que sería asegurado exclusivamente por jurados -siendo establecido, como mostraba Godwin en su ensayo sobre la «Justicia política», que cada ley no es más que una opinión, y que las opiniones deben ser realizadas lo más claras posible. «Cuando hayamos comprendido -escribe Shelley- que la ley no es otra cosa que una opinión establecida por los hombres, que no es más que la percepción individual de casos particulares, se podrá esperar que finalmente cese este régimen de errores sanguinarios o estúpidos que ensucian las jurisprudencias civiles y penales de las naciones». El objetivo de Shelley es consolidar las fuerzas sociales en perjuicio del poder institucional. De las estructuras políticas descentralizadas, reforzando los recursos auténticamente sociales,darían vigor al florecimiento cultural. «Si Inglaterra estuviera dividida en cuarenta repúblicas -imagina Shelley- cada una tan grande como lo era Atenas en población y en extensión territorial, no habría ningún motivo para mantener estas instituciones, que no serían mejores que las de Atenas, no llegaríamos a producir filósofos y poetas capaces de competir con creadores que (Shakespeare aparte) no han sido nunca superados». Oponiendo en «Defensa de la poesía» la sociedad auténtica a la opresión social, muestra como el género ateniense del drama constituye un ideal, en cuanto que utiliza artes diferentes mientras el público puede aprender «el conocimiento y el respeto de sí mismo». El ideal cultural de Shelley encuentra su espacio adecuado en una comunidad orgánica y de pequeñas dimensiones, similar a las convicciones de los anarquistas como Rudolf Rocker y Paul Goodman sensibles a la dicotomía existente entre nacionalismo y cultura.

Visión milenarista

En su crítica de la religión. Shelley se presenta clara y netamente como un escéptico y un agnóstico. Sobre cuestiones relativas a la muerte y a la inmortalidad, y al origen de la vida, mantiene que no es posible dar respuestas verdaderamente exahustivas. Pero, a pesar de esto, la experiencia de la divinidad está presente en su obra, al menos a partir de 1816: la divinidad s concibe como espíritu de la belleza natural, a la manera de Word-sworth, ya sea como unión humana universal a la que Shelley llama simpatía o amor. Pero, cualquiera que sea su forma, la esencia de la divinidad reside en su naturaleza pre-lingüística, en su carácter inefable, en la variedad de sus expresiones en la subjetividad humana. Lo peor que se puede hacer con la divinidad es servirse de ella para crear una iglesia o un dogma. La divinidad debe ser objeto de una experiencia personal -o no ser nada: se desvanece, efectivamente, en cuanto una autoridad institucional usurpa el puesto de la experiencia personal y directa.

El peor mal social, el origen mismo de la injusticia es, para Shelley, la desigualdad. La igualdad que entiende Shelley no es, como en el liberalismo de Bentham, algo abstracto -la igualdad de Shelley se quiere social y económica. Y se separa todavía de Bentham en su interpretación del progreso industrial y de la tecnología de la que subraya los aspectos negativos. El hombre de ciencia tecnológica, escribe Shelley, «habiendo puesto los elementos en estado de esclavitud, se ha convertido él también en esclavo». Las «artes mecánicas» han exacerbado la desigualdad entre los hombres, haciendo más pesado el trabajo de los trabajadores; y la situación de las clases trabajadoras ha empeorado con el progreso técnico.»

Anarquista en la crítica de la sociedad en sus distintos aspectos, Shelley lo es también en la concepción del cambio social, que él traza según tres direcciones: evolución y progreso gradual, apocalipsis milenarista y rebelión personal. Su camino fue el de la rebelión personal, pero su muerte precoz no nos permite decir hasta que punto hubiera llevado el principio de la revuelta individual. En «Una concepción filosófica de la Reforma», «Odas a la libertad» y «Defensa de la poesía», expone su visión de la evolución de la historia, y aprecia el progreso constituido por el paso de la monarquía a la democracia; se ha alcanzado un «equilibrio», sostiene, entre la opinión pública y las instituciones. En la Inglaterra de su época, prefiere apoyar las reformas radicales antes que espolear la revolución -que hubiera sostenido de haberse alcanzado. Los aspectos democráticos y republicanos de la Inglaterra hacen posible un trabajo de reforma y de progreso institucional; pero en la Europa absolutista y en la América Latina colonial, es preciso recurrir a revoluciones violentas. Así si el ideal anarquista es universal, cualquier sociedad necesita, en virtud de su especificidad histórica, un estilo político particular.

En la visión de las transformaciones sociales que propone Shelley, un puesto preeminente es el que se le asigna a la práctica cultural. Se trata, subraya Shelley en «Defensa de la poesía», de construir una sociedad nueva en el seno de la vieja; es ensanchando, en riqueza y en intensidad las relaciones humanas auténticas y las capacidades sociales como la imaginación liberada puede poner fuera de juego las estructuras mortales de la depauperidad y de la dominación. La cultura artística no viene sólo de la imaginación, efectúa una transformación real de los materiales humanos. shelley quiere reemplazar la coerción de la ley, apoyada en el culto del hábito y de la tradición, con una creatividad libre, un proceso ilimitado de formación y de transformación de significados y de las percepciones humanas. La poesía en el sentido lato que le da en este contexto Shelley, no toma el lugar de la política, pero se ofrece como la práctica más eficaz de la que se puede disponer.

Es precisamente con la poesía como su visión milenarista alcanza su plena expresión. A pesar de que la juzgue como poco probable la mantiene como momento fundante para el paso posible y rápido de la sociedad hacia la anarquía. La llegada de la anarquía no se debería, como proclaman distintas concepciones marxistas, a la plena realización de la revolución industrial; la anarquía depende, escribe Shelley en el «Prometeo», de factores como el amor, la esperanza, el deseo, la voluntad, la resistencia, esto es de la acción propiamente humana. En el «Geist», en el «Espíritu», como en «Landauer», el principio que anima en Shelley el movimiento hacia la llegada de la anarquía reside en la capacidad del individuo de crear un mundo utópico. Como decía aquel marxista muy poco ortodoxo que era Walter Benjamin, el Mesías podría llegar en cualquier momento. Poniendo el acento, como hace, en la intervención del hombre, Shelley no puede hacer otra cosa que exaltar la práctica de la revuelta individual. Ésta encuentra en el personaje de Diógenes el cínico, caro a Shelley, su representación ejemplar. El estilo de rebelión de Diógenes es muy diferente de aquel reformista que avanza hacia la libertad y la igualdad: se expone en plena libertad. Y es hacia esto hacia lo que se inclinaba Shelley de manera cada vez más creciente: en «Hellas», el personaje de Ahasuerus rechaza cualquier forma de Realpolitik y se desarrolla con toda sinceridad y sin ningún compromiso.Siguiendo la lógica de su último poema inacabado, «El triunfo de la vida», Shelley parece privilegiar al extremo la conciencia de sí, en detrimento de un compromiso político ordinario. En una de sus últimas cartas, expresa su augurio de practicar una sinceridad total, como la que había propuesto William Godwin, y que Shelley en sus inicios había rechazado.. Es importante, afirma, en las cuestiones políticas y religiosas, criticar de manera franca las instituciones que existen. Pero él se declara al mismo tiempo feliz de no estar implicado en los debates políticos que hierven en Inglaterra. Me parece que Shelley hace aquí una distinción, reivindicada por numerosos anarquistas, entre política ordinaria y lo que Herbert Read llama política de lo no-político. Una total sinceridad en los dominios religiosos y políticos puede modificar una opinión pública, la política ordinaria corre el riesgo, sobre todo, de aniquilar al rebelde y de frenar el movimiento hacia la verdadera libertad e igualdad.

A partir de estos elementos necesariamente sucintos que apenas he expuesto, espero que el lector de buena fe reconozca la amplitud y la potencia del anarquismo de Shelley. Pero, hay más: Shelley va más allá de la concepción anarquista de Godwin en la «Justicia política», la enriquece de vibraciones nuevas: práctica cultural, imaginación liberada y liberación de Eros, florecimiento de las potencialidades humanas del juego y de la creatividad. La analogía con Willian Blake es iluminante, aquel Blake anarquista del que deberíamos haber hablado más ampliamente. El anarquismo de Blake proviene más de una tradición milenarista que del Iluminismo. Quizá la originalidad de Shelley consiste, precisamente, en la síntesis que ha sabido operar entre el anarquismo filosófico y el anarquismo milenarista, que estaban, antes de él, completamente separados.. Pero debo señalar también, para concluir, la existencia de fuertes resistencias al anarquismo en la vida y en la obra de Shelley. En una palabra se podría decir que no ha sabido sobrepasar los límites impuestos por su educación aristocrática y por su status social. A diferencia de Bakunin y de Kropotkin, Shelley no ha roto nunca completamente con su condición de privilegiado. Y es quizá esta la causa del idealismo exagerado que Shelley expresa más repetidamente: el papel del espíritu así valorado enmascara la relación dialéctica con las instituciones. Pero, reconocidos estos límites, queda la soberbia contribución de Shelley a la tradición anarquista.

Traducción del italiano de E.G.WArriba. ¡LUCHA ANTIFASCISTA!