Fuera Bush: Lima, 23 de marzo

Ciudad de Lima. Sábado 23 de marzo. Una de la tarde. Frente al "Muro de la Vergüenza" instalado por el colectivo La Resistencia para favorecer la libre expresión prohibida un día antes por el Ministro del Interior, aproximadamente 100 personas se encuentran congregadas para rechazar públicamente la visita al Perú del presidente norteamericano George W. Bush, el mismo que -después del 11 de setiembre- lanzó su terrible amenaza al mundo: "O con EE.UU. o con el terrorismo". Acusan a Bush de promover la violencia y el autoritarismo, de bombardear criminalmente Afganistán, de imponer un sistema económico -basado en la explotación y la desigualdad- que empobrece aún más a los países "en vías de desarrollo". También, de querer intervenir -con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo- militarmente el Perú y Latinoamérica. Están en el Centro de Lima, que parece extrañamente silencioso y desierto, tomado por las fuerzas de seguridad del Estado, quienes nos los dejan de vigilar. Algunos simplemente pasaban por ahí: señores con maletines, estudiantes con mochilas al hombro. Otros, viven en grupos diversos: partidos comunistas, grupos libertarios, colectivos civiles democráticos. Portan peligrosas armas: carteles con frases contundentes, puños cerrados, pancartas de rechazo a la dictadura mundial, gruesos lapiceros con los que trazan dibujos que le hacen un gran favor a la memoria ("Mis hijos de puta: Pinochet, Somoza, Videla, Ströessner, Fujimori...") o que escriben posibilidades que nunca serán publicadas por los medios de comunicación, alineados junto al estado policial que llaman democracia: "el coche bomba en el Polo lo puso la CIA". Además, cantan frases: "Y va a caer, el Imperio va a caer".

Consideran que Bush es un peligroso terrorista internacional, y que la palabra "democracia" en su boca es un cementerio o un campo de concentración. Son pocas personas, pero sus palabras resuenan en las calles vigiladas, y tienen toda la razón. Varios periodistas, cargando cámaras fotográficas y de vídeo -incluso máscaras antigás- los rodean. Están frente al Palacio de Justicia, bajo un sol de 30ºC, dando pequeñas marchas por los alrededores, violando la orden del Gobierno de guardar un silencio sepulcral. El extraño y criminal atentado terrorista ocurrido tres días antes cerca a la embajada norteamericana asesinando a nueve personas y, sobre todo, la manipulación psicosocial que hizo de él la prensa y el Gobierno -despertando el fantasma ya inexistente del terrorismo en el Perú- desmovilizó las masivas protestas anunciadas en todo el país. Sindicatos, colectivos y ciudadanos se amilanaron ante el temor de que estalle otro coche bomba en cualquier lugar, y cayeron en el chantaje del Gobierno que solicitaba "la unión de todos los peruanos para defender la democracia". Esa democracia uniformada que, por orden superior, de pronto arremete contra la pequeña concentración de personas. Gases lacrimógenos y vomitivos. Golpes, forcejeos, varazos. Destrucción y decomiso de las pancartas y los carteles. Detenciones. Aldo Gil, una persona que perdió un ojo debido al impacto de una bomba lacrimógena lanzada por la policía de Fujimori y Montesinos, y que fue homenajeado públicamente por Toledo el 28 de julio del 2001 por considerarlo "un ejemplo de lucha por la democracia", ahora es detenido por la policía de Rospigliosi y del propio Toledo. Fujimori se fue, pero quedó la Policía, el Ejército, el Servicio de Inteligencia que ahora -como revela el Primer Vicepresidente de la República- será equipado con tecnología de última generación por EE.UU., para convertirse otra vez en ese ente todopoderoso dispuesto a violar las libertades civiles y cometer tropelías impunemente. La democracia representativa y espectacular muestra, otra vez, groseramente, cuál es su columna vertebral: la coacción de las armas. El Ministro del Interior, de juvenil filiación izquierdista y de madura formación en el periodismo crítico, es ahora un comisario con una porra al servicio del neoliberalismo y el Imperio. Algunas personas, frente al Palacio de Justicia, son detenidas incluso quince minutos después de disuelta la manifestación, acusadas de haber participado en ella. Un dirigente sindical -que fue objeto de un seguimiento policial al salir de su casa- es arrestado junto a tres personas más con las que conversa en una plaza pública, acusado de planear una manifestación. En el Campo de Marte, decenas de trabajadores que protestan a viva voz son golpeados y detenidos. En total suman 57 las personas arrestadas. Después de las dos de la tarde, las calles lucen más desiertas. La total y anticonstitucional prohibición de realizar marchas y reuniones públicas ha sido mayoritariamente acatada, pero no vale para los militantes de Perú Posible, el partido de Toledo. Puñados de ellos, portando banderitas peruanas y estadounidenses, y carteles con la cara del nuevo autoritario, desfilan libremente incluso por las calles restringidas por esas cintas amarillas que, en EE.UU., sirven para cercar el escenario de un crimen. Todas las calles adyacentes a Palacio de Gobierno lucen esa cinta amarilla. En Palacio de Gobierno, Toledo estrecha sonriente las manos de Bush. Bush felicita a Toledo por afianzar la democracia y promover el diálogo. Ambos se declaran socios contra el terrorismo y el narcotráfico. "No vamos a parar", dicen, exultantes de entusiasmo. Dictan, palabra por palabra, lo que la prensa publicará al día siguiente en grandes caracteres. En la puerta de algunos restaurantes abiertos, la gente se reúne para ver las mentiras que, en vivo y en directo, muestra el televisor. Días antes, en una entrevista periodística, Bush había demostrado su intención de instalar una "base de inteligencia" en Perú. Pero eso -aunque prescinda de la palabra "militar"- suena un poco mal, y pudo haber sido producto de su tosca inteligencia tejana partidaria de la pena de muerte. Ahora, anuncia la próxima llegada al Perú de un "Cuerpo de Paz". Bush -que llegó con helicópteros y aviones, con agentes de la CIA y francotiradores- regala migajas: tratados comerciales que fortalecen el injusto orden económico mundial. Toledo se muestra confiado y seguro. Contento. Ya no es un pobre lustrabotas con un futuro incierto. Ahora, es socio del dueño del planeta. Socio de los Estados Unidos de América, como -en sus tiempos- lo fueron el General Noriega –en Panamá-, Osama Bin Laden –en Afganistán- y Vladimiro Montesinos –en Perú-. Asociándose al Gobierno que habla de la defensa de los Derechos Humanos pero que no desea una Corte Penal Internacional, que celebra el cese de la prohibición para desarrollar misiles nucleares, y que es experto en asesinar civiles y bombardear ciudades invocando valores democráticos y fines humanitarios, Toledo demuestra que su lucha contra la dictadura de Fujimori no era alentada por un deseo de liberación sino por su apetito de poder. Entregando el país a los designios del Imperio, robándole las calles al pueblo, golpeando y deteniendo a las personas para que no sea opacada la presencia del mortecino visitante, Toledo se declara enemigo de lo humano: esa cosa indefinible que se conmueve ante la muerte, que duda siempre y que siempre está mirando los ojos de alguien en pos de una esperanza o de algo que se parezca a un abismo. O a una libertad.

Carlos Mayhua

Tomado de a-infosArriba lucha antifascista