"La Argentina es un laboratorio de
democracia. Es una fuente de inspiración para todos los activistas del
movimiento de movimientos. Y creo que aquí no hay conciencia de eso. Todo el
mundo está al tanto de lo que opina el FMI sobre la Argentina, saben que
Bush y otros presidentes están mirando a la Argentina. Pero no se dan cuenta
de cuánto nos movilizan a los activistas, no están devolviendo el coraje."
Relajada y
feliz después de haber asistido a un escrache de la agrupación H.I.J.O.S., y
tras haber pasado tres semanas de movilización en movilización, Naomi Klein
se muestra realmente inspirada. "Es que después del 11 de septiembre la
resistencia global al neoliberalismo se retrajo, la gente tenía miedo de
salir a la calle, temía ser tratada como enemigos después de escuchar
aquella avanzada de Bush, cuando intentó dividir al mundo en buenos y malos.
Con Estados Unidos o con el terrorismo. Realmente necesitaban la
reinspiración que ofrece el acelerado proceso argentino."
Son los últimos días de un viaje
iniciático. La Argentina fue el lugar que Klein –la autora de No Logo, un
libro fundamental en el movimiento antiglobalizador– eligió para desarrollar
el primer documental de una serie sobre los movimientos populares alrededor
del mundo. Llegó al país inmediatamente después de haber participado en el
Foro Social Mundial de Porto Alegre, con la ansiedad por ver de cerca ese
ejercicio de la democracia directa que ella leía en las asambleas vecinales.
"A medida que iba recibiendo información sobre las asambleas, me iba
convirtiendo en una especie de porrista de la experiencia, quería verla de
cerca. Después de dos años de viajar y dar conferencias, sentí que
necesitaba ver cosas vivas." Después de tres semanas en el país, su
entusiasmo sigue en pie, aunque más capaz de describir los matices. "Puede
ser difícil para las asambleas organizarse, los problemas son urgentes y la
democracia participativa lleva su tiempo si se pretende encontrar
alternativas y no dejarse apropiar
por sectores que creen conocer la verdad
por anticipado."
Klein y su marido, el periodista
televisivo Avi Lewis, pasaron tres semanas entrevistando organizaciones
sociales y sindicales, cada vez que alguna salía a la calle. La brújula
señalaba las acciones directas y los ejemplos de democracia participativa.
Estuvieron en los piquetes en demanda de la libertad de Emilio Alí, lo
entrevistaron en la cárcel de Gonnet, asistieron a marchas docentes,
recorrieron asambleas barriales e interbarriales. No alcanzaron las 35 horas
de video que grabaron: volverán en julio para completar su historia.
"El caso de Alí es muy significativo
porque la criminalización de la exclusión es una de las vallas que el
neoliberalismo levanta en todo el mundo, contra los extranjeros, los
refugiados, los pobres", explica. Esas vallas –"la privatización no sólo de
los servicios básicos sino de la persona, de sus deseos, convirtiendo al
sujeto en una mercancía" – es una base de lo que llama "el movimiento de
movimientos" que tuvo su primera poderosa expresión en Seattle en 1998. "En
realidad –dice Klein– no es ni siquiera un movimiento, es una red que
conecta la diversidad de distintas construcciones participativas locales en
contra de un enemigo común, el neoliberalismo." Y no la globalización, como
se ha cansado de repetir cada vez que alguien llama globalifóbicos a los
activistas entre los que se incluye.
Su libro apareció poco después de Seattle
y puso palabras al movimiento global describiendo la ética corporativa –o su
ausencia– de los grandes grupos económicos. El texto se convirtió en el
favorito de los grupos que resistían con sus cuerpos al neoliberalismo,
intentando interrumpir las cumbres del establishment económico mundial con
su presencia, pero también atentando contra esos logos tan significativos
para el capitalismo y contra los que Klein propone el boicot. La tímida
periodista que pasó cuatro años investigando se convirtió en estrella, sobre
todo en Europa, y hasta hubo paparazzi que la seguían esperando el momento
en que tome una Coca-Cola. En la Argentina pasó inadvertida en los piquetes,
entre la decena de corresponsales extranjeros que viajaron al país desde el
20 de diciembre. Fue estricta, sólo dio cuatro notas de las muchas que le
pidieron y una conferencia en la que compartió el panel con representantes
de siete organizaciones –FUBA, Movimiento de Trabajadores Desocupados,
H.I.J.O.S., CTA, Colectivo Intergaláctica, Grupo de Arte Callejero y
SinTecho de La Boca–. Naomi hizo una pregunta a quienes habían ido a
escucharla el jueves pasado al auditorio de la Facultad de Ciencias
Económicas: "¿Creen que sería posible esta alianza de clase que se ve hoy
sin el marco de esta profunda crisis?". La respuesta fue un largo silencio
del auditorio colmado, hasta que alguien susurró un no. Ella había notado un
cortocircuito en el movimiento de piqueteros: "En el discurso tienen muy
claro que es necesario articularse con en las asambleas, pero puede
percibirse el resentimiento por haber llegado tarde a entender su lucha".
En el último tramo de su viaje, Klein y
Lewis recorrieron la Avenida de Mayo con la marcha en repudio al último
golpe. Algo que les interesa muchísimo, ya que "pudimos entender cómo el
terror de la dictadura pudo convertir a la gente en espectadores pasivos.
Pero también nos damos cuenta de que todo el mundo entiende el proceso y que
la dictadura, en la conciencia de las personas, parece haber terminado el 20
de diciembre".
Tomado de a-infos