No llores por el fmi, argentina

Mark Weisbrot

¿Cuántas veces puede la institución financiera más poderosa del mundo -el Fondo Monetario Internacional- cometer el mismo error? La respuesta parece ser: tantas veces como quiera. Mientras Argentina titubea al borde del impago de su deuda externa de 150 mil millones de dólares, y su ministro de economía Domingo Cavallo recorría el mundo tratando de convencer a los mercados financieros de que no va a ocurrir lo inevitable, existe una extraña familiaridad con la secuencia de los hechos.

Retrocedamos a Noviembre de 1998: la moneda de Brasil estaba altamente sobrevalorada y la mayor parte de economistas esperaban que el tipo de cambio fijo con el dólar se desmoronara. Entró en juego el FMI y se acordó un paquete de "rescate" de 42 mil millones de dólares en préstamos, así como la habitual aplicación de sanguijuelas para extraer la sangre al paciente: tipos de interés por las nubes y recortes presupuestarios, que garantizaran un enfriamiento de la economía y que el peso del ajuste recayera en los más pobres.

En dos meses el real brasileño se hundió de todos modos, dejando al país sin nada que aportar al plan del FMI, excepto un montón de deuda externa y una economía atrasada.

Argentina podría seguir un camino similar. Los argentinos dolarizaron su economía hace una década, con el objetivo de poner fin a un período de gran inflación.

Pero los tipos de cambio fijo tienen desventajas, y Argentina se ha topado con las peores en los últimos años. Si el dólar estadounidense aumentaba su valor, el peso argentino tenía que hacer lo propio. Cuando la Reserva Federal subía los tipos de interés en los Estados Unidos, los tipos de interés Argentinos también tenían que subir, incluso cuando su economía se encontraba ya en recesión. Cuando la moneda de Brasil se desmoronó, las exportaciones argentinas a ese país pasaron a ser inaccesiblemente caras.

Todo ello representa la peor de las pesadillas para un ministro de economía: una moneda sobrevalorada y un tipo de cambio fijo que muchos inversores creen no poder soportar. El Estado debe prestar a un interés incluso mayor, a causa de los riesgos crecientes de hundimiento de la moneda y del impago de la deuda externa. Y cuanto más presta un Estado, mayores son dichos riesgos. En la actualidad el servicio de la deuda de Argentina se aproxima al total de sus ingresos por importación.

El papel del FMI en Argentina, como en situaciones similares, no resulta de gran ayuda. En primer lugar, actúa como "tutor" de un gobierno adicto al préstamo, prestando enormes cantidades para apuntalar la moneda. Algunos de los inversores más ricos y con mas información pueden entonces retirar su dinero antes del inevitable hundimiento, o incluso peor, pueden enriquecerse especulando contra la moneda local.

El FMI argumenta que dejar caer la moneda sería arriesgarse a volver a la hiperinflación. Sin embargo, eso no sucedió después de que el real brasileño se desplomara. Ni en el caso del rublo ruso en 1998, cuando el Fondo también desperdició miles de millones y desangró la economía con el objeto de sostener una moneda sobrevalorada, y el resultado de su hundimiento fue incluso más favorable. No sólo la inflación resultante fue fácilmente manejable, sino que desde entonces la economía ha registrado el crecimiento real más alto en dos décadas.

Todo esto está en consonancia con la teoría económica clásica. No se esperaría una inflación terrible como resultado de la devaluación monetaria en un país en el cual las importaciones son una parte relativamente pequeña de la economía (alrededor del 11 % en Argentina, 7% en Brasil). Una devaluación de la moneda local acostumbra a ser la mejor solución en estos casos: abarata las exportaciones del país y encarece las importaciones, mejorando así la balanza comercial y estimulando el crecimiento.

El Fondo tiene también otro papel desestabilizador en estas crisis al fijar objetivos que el gobierno del país debe alcanzar para "tranquilizar los mercados financieros". Pero dichos objetivos podrían ser difíciles de alcanzar políticamente, así como innecesarios o incluso perjudiciales para la economía.

Y cuando el país fracasa en lo que se le ha encomendado, la crisis empeora. En el caso de Argentina, las previsiones del gobierno sobre el déficit presupuestario se han incrementado de menos del 1 % hasta el 2'3 % del PIB. Esto constituye una fuerte atadura para una economía que se encuentra en medio de una larga recesión: en comparación, el déficit de Estados Unidos fue del 4'6 % del PIB durante la última recesión (1991), y del 6'1 % en la anterior y más profunda recesión (1983).

Hace un año la Comisión Meltzer, una comisión del congreso integrada por miembros de los dos partidos y establecida para revisar las prácticas del FMI, aconsejó seguir una serie de pasos para disminuir el tamaño de la institución, así como también reducir la probabilidad de que tuvieran lugar repetidos y desastrosos fracasos económicos. Tal vez ha llegado el momento de poner en marcha alguna de estas reformas.

Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (www.cepr.net) en Washington, DC.

Znet Magazine

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