¿Qué pasa en la minería?

Redacción

El trabajador minero ha sido siempre uno de los azotes más efectivos contra el Capital que siempre se vio asaltado por el temor a las reacciones de este sector. El sector minero español, desde el hierro vizcaíno al cobre onubense pasando por el carbón asturiano, dejó escritas páginas gloriosas en la historia del movimiento obrero ibérico. Las especiales condiciones del trabajo en este sector favorecieron, en general, en sus componentes una disposición para la lucha que dio siempre a sus confrontaciones con el capital un carácter aguerrido y firme sin contemplaciones que produjo en el campo contrario un especial respeto y un patente y no disimulado temor, como se vio plenamente justificado en la revolución asturiana de 1934, donde, en términos cuantitativos y cualitativos, el sector minero fue el principal protagonista. La debilitación de este sector, en España, no fue sólo el resultado de transformaciones económicas con base en el desarrollo de la tecnología de explotación, en el progresivo agotamiento de los yacimientos o en la sustitución de los mismos por nuevos materiales. Ostensiblemente, se utilizaron o se sobrevaloraron estos argumentos para llevar el agua al molino deseado por el Capital, a saber, si no la desaparición, sí la extrema reducción forzada de plantillas apuntando a la anulación de la importancia de este sector en el campo de la lucha social, recurriendo, con frecuencia, a tratamientos absolutamente incomparables con otros sectores del mundo del trabajo. Para ello, la Patronal del sector no vaciló incluso en sacrificar momentáneamente intereses económicos, dejando sin explotar yacimientos perfectamente explotables y rentables y hasta poniendo en entredicho una riqueza nacional básica. En los últimos tiempos y en esta tarea de licenciamiento forzoso, privilegiado en razón de la fuerza del sector, pero progresivamente precarizado, en la medida en que, como consecuencia de licenciamientos y prejubilaciones, el sector se desangraba progresivamente como fuerza social reivindicativa, el Capital se vio escandalosamente favorecido por una práctica sindical (CCOO y UGT) que, por intereses exclusivamente personales y de grupo, se hizo directamente responsable de alta traición a la clase obrera, al haber sido manifiestamente copartícipe de esta alevosa amputación en el campo de las fuerzas trabajadoras.

En los años sesenta, la minería asturleonesa del carbón contaba con más de 60.000 obreros de la minería. Con esta fuerza y en aquellas condiciones, los mineros volvieron a hacer la gran proeza que, mutatis mutandis, repetía las hazañas del 34 del XX: las huelgas asturianas de los sesenta de ese siglo (cualquier historiador lo puede constatar) fueron el detonante fundamental en la movilización social generalizada a escala nacional contra el franquismo en los años sucesivos. Muy conscientes de ello, los dirigentes opusdeistas del Capitalismo español, que, desde entonces, vienen comandando la máquina motora del mismo (Ullastres, los "Lópeces" etc.), procedieron ya entonces a la primera gran operación bisturí: el licenciamiento masivo de obreros (vía migratoria) y la creación de HUNOSA dejaron la primitiva plantilla reducida a poquísimo menos de la tercera parte. A esta plantilla le fueron metiendo cuchilladas sucesivas, hasta dejarla en tramos de quince mil, siete mil y llegar al momento actual, en trance de cumplir el santificado proyecto de reducir tal plantilla a tres mil obreros.

Uno de los momentos finales del capítulo de liquidación se juega ahora en el sur: Los cierres de Riotinto y Boliden en Aznalcóllar se incrementan ahora con la presentación de expediente de regulación de empleo por parte de cuatro empresas mineras más de Huelva. Las excusas, en los términos de gravedad que los patrones esgrimen, no son realmente de carácter económico. Las razones de fondo se mueven para el capitalismo en la necesidad de ir debilitando el campo de su antagonista, el proletariado, en uno de sus sectores más sensibles. Por eso, a propósito de las movilizaciones que se vienen realizando en Huelva, culminadas por ahora en la importante manifestación del pasado 17 de enero, se observa la entre escandalosa y risible puesta en escena de una de las más truculentas ferias de vanidades y ceremonias de hipocresía que uno pueda imaginarse: portavoces del PP, o sea representantes del capitalismo, en la manifestación, para cargarle el mochuelo a la Junta de Andalucía ( que, dicho entre paréntesis, no tiene poca responsabilidad en el caso) y descargar al Gobierno central, miembros del PSOE, de Izquierda Unida, de UGT y CCOO, todos ellos sacando el culo por un lado y por otro y deshaciéndose en vocerío vacío. Entre todos la mataron y ella sola se murió. Todo ello proporciona un retrato de la situación de esperpéntica farsa que representa la situación sociopolítica de la España actual tan fehaciente que a cualquier conciencia avisada y sensible le produce arcadas, vómitos y náuseas. Está meridianamente claro hasta qué punto la clase obrera de todas las Españas está perentoriamente necesitada de echar por la borda a toda esa panda de explotadores, lacayos y vendidos. La esperanza está en el contenido de una de las pancartas de la manifestación: "Si esto no se arregla, ¡¡Guerra, guerra, guerra!!"Arriba. ¡LUCHA ANTIFASCISTA!