Argentina: lo peor no ha pasado

Los acontecimientos argentinos son producto de las políticas adoptadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial y aplicadas específicamente a los países del Tercer Mundo.

Esas políticas se fundamentan en la deuda externa. La de Argentina es una de las más altas del mundo, y se adquirió fundamentalmente durante la dictadura militar genocida de 1976 a 1983. La deuda externa argentina, que alcanza los ciento cincuenta mil millones de dólares, aproximadamente, se fue acrecentando mediante un mecanismo diabólico que permitió que los préstamos de la banca internacional sirvieran para adquirir armamento; que, en gran parte, financiaran la misma deuda; que, a su vez, ingresara en las cuentas personales que, en el exterior, tenían los burócratas y burgueses argentinos no sólo adscritos a la dictadura militar, sino también a los diversos gobiernos radicales o peronistas (Alfonsín, Menem, De La Rúa) que se han sucedido en la Argentina. La fuga de capitales, a su vez, incrementó la crisis financiera. Por otra parte, la deuda externa privada, altísima en 1984, fue reconocida como deuda externa pública por el gobierno del radical Alfonsín.

¿Por qué la Argentina se precipitó en esa caída cuando siempre fue el país paradigmático de América Latina en diversos aspectos económicos y culturales?

La Argentina tiene una tradición anarcosindicalista que impregnó al movimiento popular, incluso en los tiempos filofascistas del primer Perón. Aunque bajo el control del burocratismo reformista de las diversas CGT's, el movimiento obrero argentino y, en general, el movimiento popular conserva todavía espíritu de rebelión e instinto de clase. Durante décadas estas dos características cimeras del movimiento social argentino fueron galvanizadas por los peronistas, en sus diversas familias. Recuérdese que Perón, en uno de esos momentos de cinismo que le fueron tan habituales diría: "Yo inventé la patria nacionalista y también inventé la patria socialista".

En efecto, el peronismo es el fenómeno más ambiguo que se haya producido en la América Latina del siglo XX. En la época en que el neoliberalismo no era "políticamente correcto" el presupuesto argentino permitía financiar esa ambigüedad. Incluso los Estados Unidos, que se opusieron a Perón, terminarían por admitir su regreso al poder. Pero ese regreso, a su vez, fue el canto de cisne del peronismo.

El capital transnacional sabe que en la Argentina, gracias a la tradición anarcosindicalista arraigada desde los principios del siglo XX [en 1905, la FORA, en su quinto congreso declaró que su finalidad era el "comunismo libertario", es decir, 14 años antes que lo hiciera la CNT española en el congreso de La Comedia-Madrid 1919, la conciencia de clase es muy alta, por tanto su tarea primordial ha sido la de liquidar la capacidad de resistencia popular, y la mejor forma de hacerlo es crear un caos en el orden económico y social que haga de la inestabilidad nacional el signo característico de la Argentina.

Esa conciencia de clase se ha puesto de manifiesto, de manera categórica, en las jornadas de combate social del 19 y 20 de diciembre de 2001, pero, igualmente, en toda una serie de acontecimientos que desembocaron en el último traspaso del gobierno de los radicales a los peronistas. Una nación que ha padecido, a lo largo de los años de la última dictadura militar (1976-1983), no sólo el saqueo descarado de las riquezas del país, sino el genocidio más asombroso cometido en América Latina en el siglo XX (sólo comparable a los genocidios de Hitler y Stalin), un pueblo sometido a esas duras pruebas ha revelado una capacidad de recuperación que sólo puede asustar a los amos del capital transnacional. Un saqueo que se acentuó con Alfonsín (radical) y con Menem (peronista), durante cuya gestión se liquidó toda la propiedad pública y social de los medios de producción, entregándolos, a precio de gallina flaca, al capital transnacional, incrementando así el desempleo, la miseria generalizada y la liquidación del país.

De las jornadas del 19 y 20, y días posteriores, los diversos agrupamientos de la izquierda autoritaria han querido compararlas a la Rusia de 1905 o de 1917; a los consejos obreros de Alemania; al mayo de Paris de 1968; etc., buscando siempre en el pasado la explicación del presente y del futuro de la Argentina.

Pero ninguna de esas comparaciones se pueden sostener con seriedad.

El factor básico del poder burgués en la Argentina es el ejército, los militares. La clase trabajadora, a su vez, está sometida a la burla de la burocracia reformista, y sólo puede desembarazarse de ella reconstruyendo el movimiento sindical mediante sindicatos autogestionarios, sin burócratas. Y esto requiere de tiempo. Mientras el ejército vigila, esperando la seña del Imperio para intervenir cuando, en realidad, las cosas se salgan de su cauce, los políticos (radicales, reformistas o de izquierda parlamentaria) juegan a la demagogia.

Lo que es de presumir es que el peronismo provisional en la Casa Rosada terminará como los radicales recién salidos de ella. La moratoria de la deuda externa argentina complicará el mundo de los negocios en América Latina, sin lugar a dudas, pero no impedirá que el poder burgués siga reinando. Sólo la revolución social podrá solucionar el problema argentino. Ni más ni menos.

Voz libertaria

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