Las madres heridas

Damego

Los niños que no van a nacer lloran por todas las madres que nunca lo serán. Úteros desolados, matrices como páramos, sin brazos, sin mirada, luchan por sobrevivir en un mundo de penes hambrientos, egoístas como la oscuridad de un ciego.

Los niños que jamás abrirán los ojos a la luz, los niños que no nadarán ni un sólo día en el magma caliente de la tierra hecha sangre, lloran desconsolados. Lloran por esas madres que nunca lo serán. Y comparten sus lágrimas con las de otros niños muertos de hambre, de guerra, de miseria, de soledad... muertos a escasas horas de avión, a milisegundos de teléfono móvil.

Lloran todos también por esas madres que, impotentes, los perdieron para siempre entre sus largos brazos de amante enredadera, esas madres que sí llegaron a serlo, aun sin desearlo porque sabían que sus hijos tan sólo heredarían hambre, guerra, miseria, soledad...

El mundo de los hombres es un mundo de muertos, de muertos por nacer y de muertos por matar. Penes hambrientos, penes egoístas, penes ciegos compiten sin piedad por imponer sus leyes y sus credos y al hacerlo despojan a las madres de territorios fértiles donde ofrecer la vida por amor, al amparo de una seguridad para sus hijos.

Lloran los niños, sin entender por qué la vida no puede ser como la sueñan, sin comprender la gesta de unos padres que tienen el poder para cambiar el mundo, para hacerlo habitable, y ni siquiera intentan preservar su propia sangre.

Lloran los niños, nacidos, por nacer, sin saber que sus padres, los que lo fueron y los que nunca lo serán, hace tiempo dejaron de soñar.

Arriba. ¡LUCHA ANTIFASCISTA!