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La insistencia con la cual el FBI se dedica a culpar al cerebro de los movimientos islámicos de todos los males que padece Occidente roza la obsesión. Pese a las múltiples pruebas esgrimidas por los expertos en lucha anti terrorista, hay quien duda de la capacidad de Ben Laden de coordinar la casi totalidad de las acciones dirigidas contra el Viejo Continente y el Nuevo Mundo. Ficticio o real, su involucramiento en la "guerra santa contra judíos y cruzados", declarada el 27 de febrero de 1998 por la totalidad de los grupos de resistencia islámica de Egipto, Paquistán y Bangladesh, le convierte sin embargo en el símbolo del "choque de civilizaciones" ideado por el politólogo norteamericano Samuel Huntington, incansable promotor de posibles, probables o inevitables conflictos culturales.

A través de su organización -al Qa'eida- Osama ben Laden facilita la llegada de combatientes y de fondos estadounidenses a la resistencia afgana. Sus contactos con los servicios secretos de Washington y Riad le convierten en el tesorero del operativo Afganistán. De hecho, el millonario saudí financia y apadrina a los líderes de los movimientos de guerrilla que acuden, en 1983, a las negociaciones multilaterales sobre el porvenir de Afganistán celebradas en la sede europea de las Naciones Unidas de Ginebra. Lejos de ser un simple "cajero", Ben Laden tiene una idea clara acerca del futuro del país-campo de combate. Unas ideas que nos expuso una tarde de otoño en la Ciudad de Calvino y que podrían resumirse en un vaticinio: "...después de la derrota de los rusos, edificaremos el nuevo Islam; un Islam puro, diáfano, auténtico..."

El que esto escribe volvió a acordarse de las palabras de Ben Laden en 1995, es decir, más de un lustro después de finalizar la ocupación rusa, cuando los Estados Unidos optaron por apoyar a los "taliban", movimiento radical que logró materializar el sueño del mecenas saudí. Sin embargo, en aquellas fechas, las relaciones de Ben Laden con el "gran Satán" se habían deteriorado. A partir de 1989, Osama decide plantar cara a la monarquía saudí, acusándola de haber abandonado los preceptos coránicos.

La "guerra santa contra los judíos y los cruzados" ha dejado de ser una simple quimera. No hay que extrañarse, pues, en la primavera de 1996, haciéndose eco de las exigencias de los miembros de los órganos de seguridad nacional, el presidente Clinton autoriza a la CIA a emplear todos los medios para eliminar físicamente al multimillonario saudí y destruir la estructura política y militar creada por éste.

Pero ninguno de los mercenarios contratados por el espionaje norteamericano (se habla de más de un millar), logra cumplir la arriesgada misión. Sin embargo, cabe preguntarse hasta qué punto la aparente soledad de Ben Laden no oculta designios más complejos y... maquiavélicos.

En efecto, a finales de 1996, los estrategas y jefes de los servicios de inteligencia galos advierten sobre la existencia de una "conjura islámico-norteamericana" destinada ante todo a... ¡debilitar a Europa! A la campaña llevada a cabo por el analista político Alexandre del Valle se suman los generales Gallois y Savan y el periodista y editor Jean-Pierre Peroncel-Hugoz, gran conocedor del mundo árabe. Los investigadores
franceses hacen hincapié en la publicación de artículos anti islámicos en los principales medios de comunicación americanos. En este contexto, llaman la atención dos editoriales aparecidos en 1992 en el Washington Post. El primero, publicado el 19 de enero, advierte: "El fundamentalismo islámico es un movimiento revolucionario hostil, de una violencia similar e incluso más intensa que la de los movimientos bolcheviques, fascistas o nazis del pasado. Es un movimiento despótico, antidemocrático y contrario al laicismo, por lo que no se le puede dar cabida en un mundo laico cristiano".

El 8 de marzo, el rotativo vuelve a la carga, con otro editorial que reza: "Parece que el Islam es el adecuado para hacer el papel de malo una vez terminada la guerra fría, porque es enorme, da miedo, está contra el Occidente, se sustenta en la pobreza y la ira...".

"Como está extendido por muchas zonas del mundo, se puede hacer que los mapas del mundo islámico aparezcan en las pantallas de televisión en color verde, como se hacía antes, en rojo, con el mundo comunista". En resumidas cuentas, el "guión" está escrito y el escenario preparado.

Osama Ben Laden y su numerosa familia, involucrada directa e indirectamente en operaciones financieras bastante turbias, como por ejemplo el escándalo Irangate y la venta de armas a la Contra nicaragüense, asumen el papel de "enemigos públicos". Atrás quedan, al menos aparentemente, los buenos y leales servicios prestados al imperio del Gran Satán.

Adrián Mac Liman

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