La
verdadera provocación es que los ocho grandes de este mundo hayan ido a
reunirse, en pleno verano, precisamente en Génova. ¿Pero a quién se le
ocurre, en qué planeta viven, qué países gobiernan estos ocho? ¿Es que
nunca nadie les habló de Génova? ¿Es que ignoran la historia,
encerrados en su propia infinita soberbia?
Génova es un viejo puerto y una ciudad
industrial. Cuando en 1943 el ejército alemán retrocedía en Italia,
Génova no esperó a que llegaran los aliados a liberarla: se sublevó y
con sus propias armas echó a los alemanes.
En Génova se iniciaron en Europa los
que después serían los años sesenta. En los primeros meses de 1960, al
movimiento fascista italiano, protegido por el gobierno
demócrata-cristiano, se le ocurrió hacer su congreso nacional en esta
ciudad. Génova se sublevó otra vez, expulsó a los fascistas y se cayó
el gobierno.
Y ahora a estos ocho se les antoja ir a
provocar a Génova y el gobierno de Silvio Berlusconi, aliado a los
fascistas, moviliza en torno suyo 20 mil policías que ocupan la ciudad,
desplazan a sus habitantes y la colocan al borde de una violencia que una
sola chispa podía hacer estallar. Entonces ¿qué esperaban? La ciudad
respondió al agravio con grandes demostraciones de repudio.
Los manifestantes, trabajadores y
jóvenes italianos en su inmensa mayoría (del exterior venían sólo
nutridas delegaciones), saben bien qué significa para ellos esta
globalización del G-8: "En las grandes y en las pequeñas empresas,
la globalización nos está ahorcando: horarios masacradores, cargas de
trabajo insoportables, y cada día nos piden bajar y bajar más los
tiempos de producción", dice el secretario general de los
metalúrgicos de Lombardía.
Eso es la globalización del capital:
flexibilizar el trabajo, desregular empresas e inversiones, abolir
derechos y contratos colectivos, poner a competir trabajador contra
trabajador, ocupado contra desocupado, joven contra adulto, inmigrante
contra ciudadano, país pobre contra país pobre, para desorganizar a
todos, romper las resistencias, desvalorizar la fuerza de trabajo,
disminuir salarios y prestaciones en todas partes, convertir en mercancía
los espacios públicos, la naturaleza y la misma vida humana, y en cambio
valorizar al infinito cada fracción del capital financiero.
Contra ese mundo de la opresión y la
explotación sin fronteras propuesto y regido por los amos del G-8,
cientos de miles convergieron en Génova. A esa protesta organizada vino a
sumarse la rabia de los marginales, los sin trabajo, los que crecen en ese
universo de violencia de todos contra todos y ahora sólo
conocen y quieren confrontación y guerra. Serán quizás minoría, pero
existen. Es ingenuo creer que sólo son provocadores y engendros de la
policía. Esta puede aprovecharlos para golpear a todos, pero éstos son
reales, brotan de los callejones de la ciudad, rompen los vidrios de los
autos, destruyen las vitrinas del banco y la del abarrotero de la esquina
y cargan contra la policía que los
ataca o contra los manifestantes que
quieren contenerlos. No los puede organizar o controlar del todo un
movimiento obrero que, él mismo, ha sido desorganizado por la ofensiva
del capital, castigado por el desempleo y debilitado por los reveses
pasados.
¿Pero cuál violencia más grande que
poner en la calle 20 mil policías en un fin de semana de verano? ¿Cuál
mayor que asaltar la Radio Gap y el Centro Social que ordenaban en calma
la demostración? ¿Cuál peor que matar de un balazo en la frente a un
muchacho que enarbolaba un extinguidor? ¿Cuál infamia más torva que
enviar contra los manifestantes a ese carabinero armado de pistola, joven
como ellos, para que perdiera la cabeza y disparara? "Lo siento por
el joven que mató a mi hijo", dijo el padre del asesinado Carlo
Giuliani, un obrero romano de más de 60 años que sin duda sabe que los
responsables están más arriba.
De Seattle a Génova, dos años y muchas
cosas han pasado y algunas evidencias parecen ya fuera de discusión:
1.Estos personajes son desafiados ahora
en sus propios países. En Seattle fueron los trabajadores y los
sindicatos estadunidenses, junto con los jóvenes, el corazón de la
protesta. En Génova, ese lugar lo ocuparon los italianos, con su larga
historia de organización y lucha. Más les valiera a los ocho no volver a
reunirse en ciudades portuarias, porque los puertos son bravíos y no se
dejan.
2.Estos ocho grandes y sus cortes
actúan fuera de todo control democrático. No hay mecanismo electoral o
mediático para detenerlos o castigarlos. Como grupo, a nadie rinden
cuentas. Entonces, ¿qué pretenden? ¿Qué los reciban con música y
confeti?
3.La banda de los ocho estará muy
globalizada, pero en cada lugar adonde llega recurre a la policía local y
arma un escándalo. País por país ¿no habría que declararlos
indeseables o pedirles que se junten en secreto?
4.En Génova, los ocho quedaron a la
defensiva y, si los indicios no mienten, también divididos sobre varias
cuestiones: por ejemplo, qué hacer frente a un mundo, el de ellos, que
más y más se rebela y amenaza escapar de sus manos.
La antigua utopía de un solo mundo
unido sin fronteras y sin guerras, ahora los dueños del poder y del
dinero la quieren convertir en una pesadilla y una peste. Génova, por
tres días, los mantuvo encerrados. Por favor, no regresen adonde está la
gente. Sigan en sus palacios. Las ciudades son nuestras.
La Haine