EDITORIAL

Un ejemplo a no seguir

Redacción

 

El lamentable proceso de Comisiones Obreras

Encontramos en la prensa de estos días, concretamente en El País que le dedica una página entera, la conmemoración de la efemérides del nacimiento de la Confederación Sindical de Comisiones Obreras con motivo de su 25 cumpleaños, y echamos de ver en ello de qué lado se decanta la simpatía mediática, al deslizar una serie de datos inexactos con objeto de maquillar la imagen de los conmemorados. Para justificar la entidad de CCOO, se dice que el grado de afiliación sindical del censo obrero es en España del 17%, engordando el dato en casi la mitad de lo real para atribuir un mayor peso significativo a los niveles de representatividad (delegados elegidos), computada oficialmente para Comisiones en un 37%. La cosa queda más evidentemente desmerecida si se tiene en cuenta que ese nueve y algo por ciento real de afiliación hay que repartirlo con muchas otras formaciones sindicales, entre las cuales y respecto de la representatividad en delegados elegidos, la UGT tiene un peso equivalente a CCOO. Choca igualmente la cifra que, en la página de El País, se da, para Comisiones, de 850.000 cotizantes (a creer como auto de fe), si se tiene en cuenta que Julián Ariza, destacado miembro de esa organización, para justificar la incidencia que la política de pactos sociales tuvo en la baja en afiliación, declaraba a El País en el otoño de 1987 que la afiliación en CCOO había bajado por esa razón a 300.000 cotizantes. Y choca igualmente si se tiene en cuenta que el gigantesco crecimiento del paro, la multiplicación de las reconversiones y ampliación de la desertización industrial, así como el abandonismo sindical en la defensa real de los intereses obreros, que pierden poder adquisitivo y se ven desposeídos de conquistas sociales anteriormente consolidadas, no han dado lugar en ningún sitio a ningún hecho visible que haya podido animar significativamente a los obreros a confiar en los sindicatos y a engrosar sus filas, como no fuere el mínimo y fraudulento artilugio de utilizar los "cursillos de formación", que, pagados con dinero del gobierno y dado que pueden contar como curriculum en la obtención de un puesto de trabajo, son utilizados por los sindicatos que se presentan a elecciones sindicales para, con todo descaro o con alguna fórmula indirecta, forzar a los alumnos de los cursos a afiliarse a su respectiva formación sindical.

Se truca igualmente la relación de la política de pactos con CCOO, con el fin de hacer creer que esta formación no firmaba los pactos que perjudicasen los intereses obreros. Es un hecho que, tanto cuando firmó como cuando no firmó los pactos, Comisiones lo hizo siempre por razones políticas: porque se le concedían determinadas ventajas, en un caso, o porque no se accedía a los beneficios particulares que pretendía, en el otro caso. Su actitud, en esto, no se diferenció en nada de la de UGT. Y lo mismo ocurrió con su política de huelgas, que siempre concluyeron con contraprestaciones en el beneficio particular de los sindicatos "mayoritarios" y sin ningún resultado positivo visible para la clase trabajadora.

En cuanto a su origen, la espontaneidad de surgimiento en los años sesenta, facilitada y hasta requerida por las condiciones sociopolíticas del momento, no tiene nada que ver con la utilización posterior que la Iglesia y el Partido Comunista hicieron de ella. El Partido funcionaba sindicalmente en los sesenta como OSO (Oposición Sindical Obrera), y es de poner de relieve que , cuando en el año 66 se difunde la Carta Magna o fundacional de CCOO, en Asturias al menos, el PC boicoteó su difusión, y únicamente procedió a su desarrollo cuando estuvo seguro de que tenía en sus manos el control de ese movimiento, en lo que la llave de la Iglesia le ayudó de manera constante y poderosa, y más aun en los momentos de la transición.

Por otro lado, desde nuestro punto de vista, la cosa, la efemérides, no tiene más valor que las enseñanzas que la clase obrera, de cara a la lucha presente y futura, pueda extraer de este fenómeno, claramente significativo de cómo un movimiento originariamente espontáneo y popular se va deteriorando progresivamente desde el momento en que, conducido por ideologías políticas o politizantes, va siendo inexorablemente absorbido por las diferentes instituciones del sistema.

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