Contraportada

Lo que no se ve

Arma Letal III

Perca

Una de las cosas que más asusta sobre la reunión del G8 en Génova son las cifras. Estamos acostumbrados a oir de brutalidad policial, quizá no tanta, pero no nos coge de nuevas. Ya tuvimos un muerto en Goteborg delante de las cámaras; otro aquí, en Génova, también delante de una cámara, y de esas imágenes nos acordaremos. Lo que va a ser más difícil de recordar van a ser los otros muertos, esos que no hemos tenido la suerte de que los maten delante de un objetivo. Y digo suerte porque aquí, en la era de la desinformación, lo que no se ve, no ha pasado. Y si la policía asesina a sangre fría pero no lo publican los periódicos ni sale en los telediarios, ese asesinato es carne de olvido, una cifra.

Según fuentes independientes, en Génova, de momento, ha habido cuatro muertos, no uno. 280 detenidos en tres días, de 500 a 700 heridos en los hospitales, de 200 a 300 heridos atendidos en el centro de primeros auxilios del Genoa Social Forum. ¿Las torturas? ¿Cómo se convierte la tortura en un número? Minutos, horas, días detenid@s y sometid@ al antojo de mentes sádicas y perturbadas. ¿Cómo se contabiliza una violación? ¿con un 1?, ¿y dos violaciones? ¿con un 2? A mi esas cifras no me valen. El sufrimiento y la humillación no se miden, no se pueden medir. Pero volvemos a lo mismo, como no se ve no ha pasado. Podremos ver en la tele imágenes de las heridas, pero nunca hacernos una idea del dolor. Y quizá un día de estos, Amnistía Internacional o la Ong de turno publique un informe sobre las denuncias de las torturas, por supuesto en cifras.

Las mismas fuente independiente citadas antes (independientes, que no objetivas) hablan de alrededor de 100 desaparecidos durante la cumbre del G8 en Génova. Otras fuentes no tan independientes y mucho menos objetivas hablan de 18. Da lo mismo. Aunque hubiera sido un sólo desaparecido. ¿Qué más da si no tenemos imágenes ni datos exactos? Y podremos pensar que no han existido, porque desaparecido significa precisamente eso: que no se ve. Una puede pensar que han sido torturadas y torturados hasta la agonía por  carabinieri, asesinad@s, que sus cuerpos están en una fosa común o flotando en algún río italiano. Pero sin imágenes ni datos, sin siquiera una cifra fiable, quedará todo en simples suposiciones, y de ahí al olvido.

Lo que yo no voy a olvidar nunca, porque lo vi, es la cara de un chico que se acercó a mí en Génova. No olvidaré jamás su sonrisa cuando vio a mi compañero, ni su decepción cuando se dio cuenta de que se había equivocado de persona. Nos dijo que estaba buscando a un amigo suyo desde el día anterior, y a la desesperada nos lo describió por si le habíamos visto. No. No le habíamos visto. Y se sentó a esperar, a esperarle.

Arriba lucha antifascista

Moncho Alpuente

Hay libros que matan, la Biblia, "el Libro de los Libros" tiene en el Antiguo Testamento la más mortífera de las armas. Judíos, cristianos y musulmanes, descendientes de un mismo padre terrible llevan siglos atizándose en la cabeza con su libro de cabecera. El Corán y el Nuevo Testamento son secuelas de un mismo texto que es la Historia Sagrada, la supuesta autobiografía del Dios de las Batallas.

Los cristianos, muñidores de sangrientas cruzadas, no tuvieron demasiadas dificultades para conciliar el mensaje pacífico de Cristo, amaos los unos a los otros, con las más despiadadas masacres. Cuando su Mesías no les justificaba, siempre podían recurrir a la primera persona de esa trinidad con la que un dios único disfrazada su soledad e introducía un tema polémico para mantener entretenidos a sus teólogos. A veces, las más duras batallas con su, cosecha de mártires, se producían en el seno de la propia casa, a causa de los diferentes y sutiles matices de interpretación sobre la naturaleza del Hijo o el papel del Espíritu Santo.

Los bárbaros, rudos conversos al cristianismo, no se mataban entre ellos por burdos conflictos de ambición y poder sino por sofisticadas disensiones teológicas. No eran tan bárbaros, al menos no eran tan bárbaros como los cristianos de Roma que no necesitaban hilar tan fino para desenvainar la espada y practicar su paradójica forma de amar al prójimo enviándole a un mundo mejor.

Estados Unidos, que es un país de fundamentalistas cristianos y sectarios, y sus enemigos, los fundamentalistas islámicos, invocan al mismo dios, padre y patrón, señor de los ejércitos en sus santas guerras. El responsable es ese anciano de barbas blancas, cabellera al viento, mirada devastadora, que presentaban las estampas católicas. Dios, Jehová, Alá, los tres lados de ese triángulo equilátero que ostenta en su centro el eco implacable de un dios siempre en guardia, siempre en guardia.

Ese dios de personalidad múltiple, ese dios esquizoide, que mantiene a sus criaturas en perpetua refriega, debería visitar al psiquiatra. No es casual que los judíos descubrieran la psicología y el psicoanálisis como las herramientas indispensables para defenderse del acoso de su celoso dios que les invadía con oscuros sentimientos de culpa.

Jehová debería sentarse en el banquillo el día del juicio final, pero, por ahora, no le vendrían mal unas cuantas sesiones en el diván de Freud, para hablar de tú a tú. Seguro que sus fieles criaturas estarían dispuestas a pagarles las facturas, una inversión más rentable que la de Gescartera. Dios nos libre de los creyentes.